antoniofernandez.jpgAntonio Fernández Camacho, S.D.B.

Nacimiento: Lucena (Córdoba), 22-10-1892
Profesión religiosa: Sevilla, 15-09-1909
Ordenación sacerdotal: Sevilla, 23-09-1917
Martirio: Sevilla, 20-07-1936

«Don Antonio Fernández Camacho es el protomártir salesiano y uno de los primeros sacerdotes asesinados en la guerra civil». Era asesinado en Sevilla el 20 de julio de 1936

Don Antonio, natural de la villa cordobesa de Lucena, era hijo único de una familia modesta y cristiana. Huérfano de padre -guardia civil en activo- Antonio pasó varios años en Villamartín (Cádiz), pueblo natal de la madre. «Con ella marcho a Sevilla y en 1901, protegido por el celoso sacerdote don Sabas Pérez, ingresó como estudiante en las Escuelas Salesianas de la Santísima Trinidad.» Cautivado por el espíritu de San Juan Bosco, hace allí mismo el aspirantado, el noviciado -que culmina con la profesión religiosa el 15 de septiembre de 1909, y los estudios de Filosofía.

Tras dos años en Córdoba y Écija, entregado a la docencia, torna a Sevilla-Santísima Trinidad momento en que «parece que se madre le propuso ser sacerdote diocesano, mas él, cariñosa pero firmemente, le convenció a aceptar los caminos del Señor.» Siempre en Sevilla estudia Teología y, ordenado sacerdote por el cardenal Almaraz el 23 de septiembre de 1917, celebra su primera misa rezada en el convento de Santa María la Real, en el que su madre había profesado como religiosa dominica, tras la muerte de su propia madre, de la que no había querido separarse.

Este hecho representa el lazo que ligó a Don Antonio definitivamente a la casa de la Santísima Trinidad, a excepción del sexenio pasado entre Utrera, Ronda y Alcalá de Guadaíra, alternando los cargos de catequista y consejero escolástico con la entrega a la docencia, de tal modo que entusiasmó «en el estudio aun a los menos dotados.»
Su perfil humano y salesiano-sacerdotal
«Don Antonio se distinguió siempre por su candor de niño y por su admirable don de gentes. Como salesiano destacó por la entrega total a la enseñanza y a la asistencia; competente en el ministerio pastoral, animaba la Compañía de San Luis [Gonzaga], organizaba juegos, funciones de teatro, junto con un ardiente celo por atender a las necesidades del prójimo. Como sacerdote era competente en todos los ministerios, especialmente el de la predicación, si bien sentía un invencible temor a predicar desde el púlpito, pese a lo bellas que resultaban sus intervenciones oratorias, tanto religiosas como profanas. En sus cartas de dirección espiritual y en sus consejos inculcaba siempre gran amor a Jesús Sacramentado y profunda devoción a María Auxiliadora.»
El martirio
Precisamente la tarde del 19 de julio de 1936 -día siguiente al del estallido de la guerra civil-, tras extinguir el fuego que «unos osados habían provocado en el taller de carpintería» de la Escuela de Artes y Oficios de la Trinidad, y ante el constante tiroteo, algunos salesianos «salieron y se hospedaron en casa de amigos y conocidos.» Uno de ellos fue Don Antonio, acompañado del estudiante interno Arsenio Ortiz Moreno, cuya deposición (del 30 de noviembre de 1954) será la más cualificada y determinante en el Porceso:

«A primera hora de la tarde del domingo, 19 de julio, salí del Colegio para acompañar a don Antonio que vestía de paisano… Dada la poca seguridad que ofrecía, en especial durante la noche, el barrio de la Trinidad, don Antonio pernoctó en la pensión de la calle Corral del Rey n.º 12, propiedad de unos parientes de los hermanos Menacho, antiguos alumnos suyos [y testigos también en el Proceso]. A la mañana siguiente, lunes 20 de julio, celebró a las ocho la misa -que yo le ayudé- en la capilla del «Protectorado del Niño Jesús de Praga». Tomado el desayuno, lo acompañé a la calle Feria, a hacer una breve visita a los parientes de su antiguo alumno Rodríguez Villar. Desde allí fue a ver a su anciana madre, que residía temporalmente en la casa de Hijas de María Auxiliadora, de calle Castellar n.º 44.

Terminada la visita (serían las once la mañana), nos encaminamos hacia la [vecina] plaza de San Marcos, para volver al colegio de la Trinidad… Al desembocar en la plaza, frente a la iglesia -[que habiendo sido incendiada, aún llameaba el rescoldo avivado]-, nos sorprendió una barricada, custodiada por milicianos rojos. Don Antonio intentó volverse, pero un miliciano armado de mosquetón, le obligó a proseguir adelante, pidiéndole la documentación: «La he dejado en casa», haciendo ver la cartera, vacía. «¿No sabes que en estos tiempos no se puede andar indocumentado?», le replicó un miliciano de alta estatura, mientras lo cacheaba… De uno de los bolsillos le sacó un reloj, de cuya cadena pendía un crucifijo… «Entonces, ¿tú crees en esto?»

Don Antonio permaneció con la cabeza baja, sin proferir palabra. El miliciano alto… exclamó: «¡Si éste es un cura que veo pasar por aquí con frecuencia!»… Y sin más un miliciano corpulento, que empuñaba una pistola… a un metro de distancia… disparó tres o cuatro veces contra el acusado, hiriéndole en el costado derecho. Don Antonio… cayó a tierra, solicitando ayuda… Aturdido, no pude oír sus precisas palabras. Aproveché la confusión… y me escabullí con disimulo… Corrí al colegio de la Trinidad para referir al Sr. Director y Superiores lo sucedido…»

Otro testigo, que vio todo «desde la ventana de su casa», recogió las palabras de Don Antonio: «Por favor, llevadme a la Casa de Urgencias porque me muero». «Pensaron hacerlo, pero uno se opuso por temor a ser descubiertos y optaron por arrastrarlo entre varios hacia la calle San Luis.» Y «entre el n.º 7 y 9 -declara una tercera testigo-, lo hicieron sentar bajo mis ventanas con el cuerpo encorvado. Al abrirle el cuello de la camisa y ver el crucifijo y el escapulario, uno de los milicianos dijo al otro: «¿No te das cuenta que es un fascista?». Y a bocajarro, le dispararon. Murió desangrado.»

Sus restos mortales no se encontraron. Ha quedado la convicción, avalada por algunas confidencias en el Proceso, «que fue arrojado a los rescoldos, aún candentes, de la incendiada iglesia de San Marcos o de Santa Marina… Su alma esclarecida volaba al cielo a recibir la corona de los mártires.» Se cumplía así su deseo manifestado en una íntima conversación: «Cuando muera, celebrad abundantes sufragios por mi alma, pero no preocuparos de dónde irán a parar mis restos mortales.»

Los antiguos alumnos, como recuerdo imperecedero, dedicaron a Don Antonio una lápida en aquel patio trinitario y junto a aquellas aulas, testigos mudos de su fructífero quehacer salesiano y sacerdotal.

Valentín Gil Arribas, S.D.B.      valentingil.jpgNació el 14 de febrero de 1897 en Rábano, Valladolid. Hizo el aspirantado en el colegio de Carabanchel Alto y, allí mismo, el noviciado, profesando como salesiano en 1916. Al, entonces, pueblo cercano a Madrid regresó tras estar, sucesivamente, en Alicante, Sarriá-Barcelona y La Coruña. En 1927 fue destinado a Astudillo (Palencia), en 1930 a Mohernando (Guadalajara), un año después, a Carabanchel Alto de nuevo y en 1935 al madrileño colegio San Miguel Arcángel, donde, al cabo de un año, sufrió la persecución que le llevó al martirio.

Eran características de don Valentín, el espíritu de trabajo y una caridad que dejaba siempre contentos a los hermanos. En verano, con gusto iba a alguna de las casas en que había colonias escolares. Sencillo y bueno, no se retraía de pedir perdón, cuando su genio vivo, le hacía excederse.

Como se ha dicho ya, don Valentín compartió vicisitudes con don Manuel Martín, después de dejar ambos el colegio del Paseo de Extremadura. Juntos se acogieron en el domicilio de un conocido y más tarde se trasladaron ambos a una pensión de la calle Atocha. En el registro que sufrieron allí el día 17 de septiembre, don Valentín fue apresado y conducido a la comisaría del distrito. Al día siguiente ingresó en la cárcel Modelo donde permaneció hasta que, el 16 de noviembre, fue trasladado a la prisión de San Antón. Los tribunales populares le condenaron por ser religioso y once días más tarde, el 27 de noviembre, el delegado de Orden Público firmaba una irónica y trágica “orden de libertad” para 46 presos de dicha cárcel, entre ellos don Valentín Gil. El día 28, “cumplimentada” esta orden, los cuarenta y seis presos incrementaban el número de fusilados en una de las tétricas expediciones a Paracuellos del Jarama.

 

 

 Manuel Fernández Ferro, S.D.B. Nacimiento: Paradiñas (Orense), 30-05-1893 Profesión religiosa: San José del Valle (Cádiz), 01-01-1920Ordenación sacerdotal: El Campello (Alicante), 17-06-1928Defunción: Málaga, 23-08-1936fernandezferro.jpg
Cuando le sorprende la guerra civil del 36, don Manuel era, desde el curso 1929-1930 profesor en el internado salesiano de Málaga, sección estudiantes.
Nacido en el pueblecito orensano de Paradiñas, con 16 años hace el aspirantado en las casas de Écija y Cádiz; a fines de 1918 el noviciado en San José del Valle, consagrándose al Señor con la profesión religiosa en el Año Nuevo de 1920. En la casa de la Trinidad-Sevilla (1920-1925) hace los dos cursos de filosofía y después el trienio de prácticas pedagógicas. En el Teologado Nacional de El Campello estudia la teología, coronada con la ordenación sacerdotal el 17 de junio 1928. Tras un año de ministerio educativo-sacerdotal en Córdoba, es destinado, con destino definitivo, a las Escuelas Profesionales de Málaga.
Rasgos de su personalidad

La semblanza biográfica recogida en el Summarium ve así a don Manuel: «Fue siempre un salesiano observante, de voluntad férrea, consagrado exclusivamente a su misión de sacerdote y de educador.» «Siempre cuidadoso del bien espiritual de los alumnos.., brillaba en él la humildad, sencillez, amor al trabajo, caridad -de exquisito trato-, y de piedad tan peculiar que la comunidad de Cádiz, al enjuiciarlo para recibir la sotana, lo califica de “bueno, pero un poco más místico de lo debido”…. Era devoto del Santísimo Sacramento…, del Corazón de Jesús…, de la Santísima Virgen, convencido de la sentencia de san Juan Crisóstomo: “Ser devoto de María es signo de estar predestinado a la gloria”… Era providencialista, viendo en los acontecimientos –civiles o religiosos- la mano de Dios: “En cuanto al traslado de casa, todas son iguales -solía repetir-. En cuanto a los peligros presentes, lo importante es estar preparados”.»

De labios de su hermano menor don Sergio, -también sacerdote salesiano, y muerto en Rota el 5 de octubre de 2002, el recuerdo de su adolescencia salesiana: «Todo su anhelo fue preparar una vocación que lo remplazase a su muerte, que siempre previó cercana. Y me eligió a mí… Me trajo con él a Málaga el verano de 1929 para preparar mi ingreso en el aspirantado de Montilla. Me siguió con su correspondencia frecuente y gozó lo indecible el 19 de agosto de 1935 asistiendo a mi profesión religiosa… Lo sentí murmurar en un momento: “Señor, ya puedo morir tranquilo”…» No podía sospechar que el deseo tardaría poco en cumplirse.
Encarcelamiento y martirio
Cuando el 18 de julio 1936 estalló la guerra civil, don Manuel formaba parte de la comunidad de la casa de Málaga y con ella, como se ha narrado ya en don Francisco Míguez, hasta el día 21 vivió vida normal. Pero aquella mañana «el colegio fue circundado por milicianos que, con la excusa de que alguno había disparado desde el interior del benéfico edificio, lo invadieron para descubrir armas inexistentes. No obstante, decidieron encarcelar a los salesianos, conduciéndolos a la improvisada prisión del cercano cuartel de los Capuchinos, mientras el colegio y la iglesia eran presa de un tremendo vandalismo. En el grupo de las víctimas inocentes estaba don Manuel el cual, después de haber vivido momentos de angustia al verse apuntar las armas de los milicianos junto a los muros del patio del cuartel, fue encerrado en una celda semioscura con los demás salesianos, a esperar su última hora, mientras se animaban mutuamente…

El 22 fueron conducidos en un camión de la Guardia de Asalto ante el Gobernador Civil, que, aún reconociendo su inocencia, aterrado por las amenazas de las turbas, hizo recluir a los salesianos en la Prisión Provincial, garantizándoles la liberación para el día siguiente. Don Manuel pasó una sola noche en la prisión. La mañana del 23 fue puesto en libertad con don Francisco Míguez, logrando huir con gran riesgo de sus vidas. Ambos se alojaron en el hotel “Imperio”, cariñosamente acogidos por el propietario don Francisco Cabello.»

El 15 de agosto, como ya conocemos, es detenido don Francisco Míguez y a la mañana siguiente llegaba la noticia de su dolorosa muerte, comprendiendo don Manuel que sus horas estaban contadas. Por ello, este día envía, por medio del Consulado de la Argentina, el último saludo a la familia:

Queridos padres y hermanos:
Me parece que éstas serán mis últimas líneas. Fuimos detenidos el 21 de julio; con los brazos en alto fuimos conducidos al calabozo y, de allí, a la cárcel; el día 23 salí de ésta, siendo nuevamente detenido con mucho peligro, faltando poco para que nuestros delatores dispararan sus pistolas.Desde el 24 de julio al 16 de agosto los he pasado en el Hotel Imperio. He pensado mucho en vosotros. Madre estuvo inspirada al despedirse con un beso y un abrazo; igualmente lo hago yo. No tengáis pena por mí; muero contento por la Religión y por España. Si pueden, manden decir por mí las treinta Misas de San Gregorio. Adiós. En el cielo os espera, Manuel.
Un fuerte abrazo a todos y agradecido por todo lo que habéis hecho por mí.

Durante nueve días, don Manuel esperó la muerte. La tarde del 22 de agosto fue sacado del Hotel en compañía del dueño del mismo, don Francisco Cabello, de dos agustinos y un sacerdote del Seminario. Todos fueron asesinados junto a las tapias del cementerio de San Rafael en la madrugada del día 23. En el cuadernillo particular del sepulturero se lee en data 23 de agosto: «Cinco desconocidos», que fueron sepultados en una de las fosas comunes.

«Los restos mortales se encuentran hoy en la Catedral, donde fueron trasladados solemnemente con las demás víctimas del marxismo.»
    Tomas Gil de la Cal, S.D.B. Según ha quedado dicho ya, al salesiano coadjutor don Juan Codera le acompañaba un aspirante a la vida salesiana, el día que fueron a visitar, por la mañana y por la tarde, a los salesianos presos en la cárcel de Ventas. Este aspirante, Tomás Gil de la Cal, que desapareció con don Juan Codera el mismo día 25 de septiembre de 1936, estaba refugiado con él y otros salesianos en la pensión Vascoleonesa. Las circunstancias de su martirio, nos son, pues, conocidas ya.
Nacido en Guzmán, Burgos, Tomás fue educado por unos padres cristianos que, además de cumplir con las obligaciones religiosas, fomentaban en la familia el amor a la Virgen con el rezo del Rosario. Él, por su parte, no descuidó desde muy joven las obligaciones del buen cristiano. En cierta ocasión, hallándose con otros jóvenes en la ciudad de Burgos, y mientras éstos pensaban en divertirse, él se abstuvo de acompañarles, alegando que deseaba ir a confesarse. Tomás era una persona buena con todos, incapaz de hacer daño a nadie. El día 7 de marzo de 1898, había llegado a la casa de Carabanchel Alto como empleado doméstico, pero, en contacto con los hijos de don Bosco, sintió la llamada de hacerse coadjutor salesiano. No llegaron a cumplirse sus deseos, pues, como ya sabemos, Tomás, se vio envuelto, en la persecución religiosa desencadenada poco después del alzamiento militar contra la República del Ejército de África. Su asesinato por odio a la fe impidió que se pudiera realizar su deseado proyecto de vida. Valeroso al hacer el bien a sus hermanos, Tomás no temió el martirio; al contrario, se puede decir que lo deseaba; cosa que consta implícitamente por el hecho de acompañar a don Juan Codera por segunda vez el mismo día.
    Esteban García García, S.D.B.   Nacimiento, en El Manzano (Salamanca) 28-11-1901 Profesión religiosa, en San José del Valle 12-09-1926 Defunción, en Málaga 24-09-1936
Don Esteban, -hermano mayor de cuatro hermanos, entre ellos Eliseo, también salesiano y mártir en San Vicenç dels Horts (Barcelona)-, había nacido en el pueblecito salmantino de El Manzano, de padres agricultores, que murieron cuando él tenía nueve años. Su adolescencia transcurrió ayudando a los familiares, que los acogieron.

Su delicada salud le impidió hacer realidad los ardientes deseos de ser sacerdote, para lo que había empezado a prepararse en Cádiz en 1914. Pasó como aspirante coadjutor a las Escuelas de Artes y Oficios de la Trinidad-Sevilla, aprendiendo desde 1922 el oficio de sastre. Cumplido el servicio militar, que prolongó su espera de ser salesiano, en septiembre de 1925 le abría las puertas el noviciado de San José del Valle, haciendo la primera profesión el 12 de septiembre de 1926.

Tras un año en Ronda-Sagrado Corazón y otro en San José del Valle -“ensotanando” a novicios y posnovicios- desde 1928 hasta su muerte estuvo en Málaga, al frente del taller de sastrería. «El 15 de agosto de 1933, fiesta de la Asunción, fue para don Esteban la fecha culminante de su vida religiosa con la entrega perpetua al Señor en Don Bosco.»

Rasgos de su personalidad

Don Esteban -en sentir de algún testigo- «salesiano ejemplar…, no era muy expansivo, sino más bien serio y reservado, y sobre todo muy piadoso, sencillo e inocente.» «Su ardor religioso se manifestaba en su entrega en cuerpo y alma a su profesión de sastre, modelando el corazón de los aprendices con la eficacia del ejemplo. Fue muy devoto de María Auxiliadora y de San José, y siempre se distinguió por su amor a la Congregación. Apóstol entre los alumnos, con sus consejos y ejemplos contribuyó mucho a la vocación de su futuro compañero de martirio, don Rafael Rodríguez Mesa, con quien mantuvo una auténtica amistad.»

Encarcelamiento y martirio

Y con su comunidad de Málaga, don Esteban vivió entre sobresaltos los primeros días de la guerra civil del 36, e hizo su misma vía dolorosa. El día 21 de julio asaltan el colegio y los salesianos son encerrados en la improvisada cárcel del cercano cuartel de Capuchinos. La madrugada del 22, conducidos al Gobierno Civil entre las amenazas de la plebe, el gobernador reconoce su inocencia y promete ponerlos en libertad al día siguiente, dando órdenes de recluirlos en la Prisión Provincial, en la célebre “Brigada n.º 5”, conocida como la “Brigada de los curas”.

El gobernador cumplió la promesa y ordenó fueran liberados «los hombres del Seminario y de San Bartolomé… Al salir tomaron caminos y direcciones distintas. Uno de los últimos que logró partir fue don Esteban García, a quien, ya en la calle, le salió al encuentro un grupo de milicianos, que le acusó de ser sacerdote, por su aspecto exterior. El lo negó. Entonces uno le dijo que lo demostrará blasfemando. Al negarse don Esteban, le amenazaron con matarlo… «¡Camina adelante, que ahora mismo vas a morir!», le gritaban, mientras los milicianos iban detrás, moviendo los cerrojos de los fusiles en plan de disparar.

Al pasar un camión militar, creyeron más oportuno llevarlo a la comisaría, de donde fue trasladado aquella misma noche, de nuevo, a la Prisión Provincial, en la que permaneció por dos meses. De don Esteban, en concreto, testificaron que «durante aquellos interminables días fue visto hacer largas y frecuentes confesiones para prepararse al gran paso que todos sabían inminente», en especial, tras vivir las terribles “sacas” del 22 y del 30 de agosto, en las que, como hemos visto, fueron asesinados varios salesianos.

El 24 de septiembre -siempre como consecuencia de un bombardeo de la aviación nacional-, las turbas asaltaron la prisión e hicieron la “saca” más horrible, en la que don Esteban aparecía señalado con el número 180 y de la que formaron parte también el Sr. Director, don Antonio Pancorbo y el otro coadjutor, don Rafael Rodríguez. Conducidos junto a las tapias del cementerio de San Rafael, «allí fue asesinado por el único motivo de ser religioso salesiano.» Con los demás, don Esteban, -sepultado en la “fosa especial” del recordado cementerio-, a su tiempo, sus restos mortales serían trasladados a la catedral de la ciudad.

¡Quién lo dijera! El 19 ó 20 del noviembre siguiente el Comité de Sant Vicenç dels Horts (Bacelona) detenía al salesiano coadjutor Eliseo García García (1907-1936), que era conducido «de allí, según se dijo, a las costas del Garraf, no muy lejos de la ciudad de Barcelona, donde habría sido ejecutado… Existía un convencimiento generalizado entre la población vicentina que fue asesinado en odio a la religión.» Eliseo, hermano menor de la familia García, «siguiendo el ejemplo de Esteban, quiso ser salesiano, emitiendo los votos religiosos en 1932», y lo seguiría hasta dar –como él- la vida por Cristo… en Don Bosco.

 Pablo Gracía Sánchez, S.D.B.  Este coadjutor salesiano de 44 años, llevaba tres en Carabanchel Alto cuando arreció la persecución que le condujo al martirio. Don Pablo había nacido en Lérida el 23 de marzo de 1892. En 1917, entró en la casa salesiana de Huesca y dos años más tarde empezó el noviciado en Carabanchel Alto. Allí profesó como salesiano en 1920.
Su primer destino fue Orense, donde estuvo cinco años. El curso 1926-1927 estuvo en Sarriá, y después cuatro años en Gerona. Los dos cursos 1931-1933 los pasó en Orense de nuevo, y los tres últimos de su vida, en Carabanchel Alto.
Con la comunidad del seminario salesiano de la que formaba parte, corrió todos los riesgos y penalidades que ya conocemos, hasta que se instaló en la pensión Vascoleonesa. La abandonó el 25 de septiembre, según consta en los registros de la misma, sin que dejara constancia de su nuevo domicilio ni de la razón de su traslado.
Se sabe que estuvo unos días en Antonio Grilo, 6, con don Ramón Eirín, y que su última residencia fue el domicilio del antiguo alumno don Martín Moreno, en la calle Suero de Quiñones, 8. Denunciado como religioso, allí le detuvieron junto con una religiosa de la Sagrada Familia, hermana de don Martín Moreno. A ambos los condujeron a la checa instalada en el palacio episcopal, y los sometieron a severos interrogatorios.  Ninguno de los dos negó su condición de religiosos, si bien sólo don Pablo fue asesinado por este motivo. Según pudo deducir la religiosa tras escuchar a un miliciano decir: “Él se encuentra bien; ya no le duele nada”, a don Pablo Gracia lo fusilaron hacia mediados del mes de diciembre de 1936. Se desconoce, no obstante, el lugar y la fecha exacta de su muerte.
  Esteban Vázquez Alonso, S.D.B.       Nació en Carrizo de la Ribera, León, el 27 de junio de 1915. Huérfano desde pequeño, fue acogido y educado por un tío sacerdote, que le puso a estudiar en el colegio de los Jesuitas de La Coruña. Su vida de sencilla y sentida piedad, unida a la pureza, fueron terreno abonado en el que germinó su vocación al estado religioso. Tras estar cuatro años en el seminario de los Capuchinos de El Pardo, se sintió llamado a la Congregación Salesiana a través de un hermano suyo, Vicente, que ya era aspirante salesiano.
Esteban ingresó como aspirante coadjutor en el colegio salesiano de La Coruña, en el que permaneció hasta su entrada en el noviciado de Mohernando (Guadalajara) en 1935. Cuantos le conocieron alaban la pureza y bondad de su alma, la serenidad de su rostro y la nobleza de su corazón. Los fervores de su año de noviciado culminaron con su generosa y alegre profesión como salesiano coadjutor el 23 de julio de 1936. Pocos días antes había estallado la revolución y sus consiguientes secuelas de persecución religiosa en los pueblos y ciudades de España que, tras el levantamiento del ejército de África y sucesivo comienzo de la Guerra Civil, habían quedado en zona republicana. El recién profeso, con todo, irradiando calma y serenidad, animaba a su hermano Vicente: “Tú no te separarás de mí. Si tenemos que morir, hagámoslo juntos”.

En unión con toda la comunidad de Mohernando, el camino de Esteban hacia el martirio comenzó también el 23 de julio de 1936. De ella sólo se separó cuando, el 2 de agosto, se lo llevaron a la cárcel de Guadalajara, con otros cinco jóvenes salesianos compañeros suyos y su director, don Miguel Lasaga, fusilándolos a todos allí el 6 de diciembre de 1936.
 Mateo Garolera Masferrer, S.D.B. El salesiano que estaba encargado de recoger las limosnas de los cooperadores de la casa de Atocha en 1936, nació el 11 de noviembre de 1888 en San Miquel de Olladels, Gerona. A sus 25 años entró como empleado doméstico en la casa de Sarriá y, ganado por el ambiente de familia de esa casa salesiana, marchó al noviciado de Carabanchel Alto. Allí profesó como coadjutor salesiano en 1916.
Después de pasar un año en Sarriá, de 1917 a 1923 estuvo en La Coruña. Seguidamente estuvo seis años en Orense y de 1929 a 1936 en Madrid-Atocha, donde sufrió la persecución que le condujo al martirio.

Don Mateo, igual que los demás salesianos de la comunidad, se vio sorprendido por las milicias en el asalto a la casa de Atocha. Alineado con otros hermanos de cara a la pared, bajo la amenaza de los fusiles, sacó serenamente su rosario y comenzó a rezar. Alguien se lo tachó de imprudencia, pero él replicó: “¿Por qué nos vamos a avergonzar de aparecer lo que somos?” Uno de los milicianos le instó amenazadoramente a que lo tirara, él se negó. “¡Qué importa que me maten! –dijo-, más pronto iré al cielo”.
Y siguió rezando.
La llegada de los guardias de asalto procuró, como sabemos, la libertad a los salesianos. Don Mateo se dirigió entonces a la portería del domicilio de los condes de Plasencia, en la calle Juan Bravo, 32, donde estuvo refugiado durante quince días. Para no causar problemas a sus protectores se procuró después alojamiento en la calle Santa Isabel, 40, en casa de una cooperadora salesiana. También tuvo que marcharse de allí ante la manifiesta hostilidad de algunos vecinos del inmueble.
Parece que el refugio de don Mateo, desde aquel momento, fue la pensión Loyola. Al menos, allí fue donde le detuvieron el día 1 de octubre de 1936. Al pedirle la documentación, don Mateo presentó unos libros religiosos. Su hablar lento y calmoso en el interrogatorio, sirvió a los milicianos para dictaminar: “Hasta en el habla se le conoce que es fraile”. Inmediatamente fue arrestado y conducido a la checa de Fomento. En ella se encontró con los salesianos detenidos en la pensión Nofuentes. Pero la suerte final de don Mateo permanece velada. Probablemente, fue fusilado el 2 de octubre de 1936.    Anastasió Garzón González, S.D.B.  Forma parte también del grupo de salesianos asesinados en Paracuellos del Jarama. Nació en Madrigal de las Altas Torres, Ávila, el 7 de septiembre de 1908. En 1923 entró como alumno de mecánica en las escuelas salesianas de Atocha, de donde pasó al noviciado de Carabanchel Alto. Allí profesó como salesiano en 1929. Desde este año, hasta que renovó los votos en 1932, perteneció a la comunidad de A Coruña. Seguidamente estuvo en San Benigno Canavese (Turín), perfeccionándose en la mecánica, y los dos últimos años, de 1934 a 1936, en la casa de Atocha.Buen maestro y celoso asistente, don Anastasio se desvivía por sus alumnos, que le correspondían con verdadero afecto.
Luego del asalto al colegio, la tarde del día 19 de julio, este coadjutor salesiano de la casa de Atocha se refugió durante unas horas en casa de un antiguo alumno. Seguidamente pasó al domicilio de otro conocido del colegio, que también se vio obligado a abandonar dos días después, debido a varios registros del mismo practicados por milicianos. El día 27 de julio llegó a la pensión Asturiana, en la calle Abada, 10, pidiendo albergue. En ella se unió al sacerdote salesiano don Fortunato Saiz. Allí le detuvieron dos hombres armados, el 7 de septiembre, por ser salesiano. Fue llevado a la Dirección General de Seguridad y recluido en los calabozos hasta que, a las cinco de la madrugada, salió de allí camino de la cárcel Modelo. Todavía sufrió don Anastasio otro traslado a la cárcel de San Antón el día 16 de noviembre. Le instalaron en una de las grandes galerías, donde estuvo hasta el día 28 del mismo mes. Salió para la muerte en una de las sacas de presos asesinados en Paracuellos del Jarama, el día 28 de noviembre.
Manuel Gómez Contioso, S.D.B. Nacimiento: Moguer (Huelva), 13-03-1877Profesión religiosa: Sant Vicenç dels Horts (Barcelona), 14-11-1897Ordenación sacerdotal: Sevilla, 28-03-1903Defunción: Málaga, 24-09-1936
El 24 de septiembre de 1936, -día de San Bartolomé, titular y patrono de la casa de Málaga-, fueron martirizados los cuatro últimos salesianos -dos sacerdotes y dos coadjutores- que aún permanecían en la Prisión Provincial.
Entre ellos, don Manuel Gómez, quien como director de la casa, al estallar la revolución de julio del 36 proveyó lo más conveniente para la comunidad educativa de salesianos y alumnos. «Su corazón paternal quedó destrozado por la infortunada suerte de sus hijos y del colegio. Anciano y enfermo sufrió prisión durante dos largos meses, disponiendo el Señor que apurara el cáliz de la amargura hasta el final.»
Nació en la onubense villa de Moguer, en el seno de una familia numerosa y de padres labradores a pequeña escala. Cuentan que desde muy pequeño, siendo monaguillo de la parroquia, Manuel disfrutaba “jugando a curas” con los compañeros. Aunque «todos estos indicios apuntaban al sacerdocio, la idea sólo cuajó a los 17 años, y al preferir la Congregación Salesiana al Seminario Diocesano, el 25 de julio de 1894 entraba, como vocación tardía, en la casa de Utrera, y dos años después pasaba al noviciado de Sant Vicenç dels Horts (Barcelona), que coronaba con la profesión perpetua el 14 de noviembre de 1897. Aquí estudió el primer año de filosofía y el segundo en Sarriá. Vuelto el 1899 a Andalucía, simultaneó primero en San Benito de Calatrava (Sevilla) y luego en Utrera las prácticas de enseñanza con los estudios de teología, que culmina el 23 de marzo de 1903 con la ordenación sacerdotal.

Estrena su sacerdocio en Utrera como consejero escolar y, -a excepción de los cinco años (1917-1922) de confesor en Córdoba y el siguiente sexenio de director en Écija-, don Manuel desarrollará todo su ministerio salesiano durante veinte años (1904-1917 y 1929-1936) en Málaga, como confesor, prefecto-administrador y, por dos veces, director (1911-1917 y 1935-1936).

Rasgos de su rica personalidad

Un testigo valora la vocación tardía de don Manuel como «una de las primeras conquistas que hizo don Pedro Ricaldone… Ejemplar en todas las virtudes religiosas, era amado de todos por su bondad paternal. Su ejemplo atrajo otras vocaciones de la provincia de Huelva. Se distinguió siempre por su sencillez, por su bondad, por su celo a favor de las almas que se le confiaban. Cuando predicaba, sabía poner en sus palabras todo el fuego de amor de Dios encerrado en su corazón.»
Don Manuel «era la bondad personificada. No hubiera sido capaz de hacer mal a nadie. Tal vez algunos se aprovecharon de este corazón tan amplio y generoso. Por otra parte no hay que olvidar que por muchos esfuerzos que hiciera la pedagogía salesiana, la Escuela de San Bartolomé seguía siendo un asilo; había alumnos que entraban a los siete u ocho años y permanecían aquí hasta los veinte, hasta el servicio militar… Ello suponía casi siempre problemas delicados de convivencia… Por otra parte, no todo el personal era lo idóneo que hubiera sido de desear y así los cambios de jefe de Estudios y del encargado de Pastoral se contaban por años.»
Durante el directorado de don Manuel los Cooperadores y la Archicofradía de María Auxiliadora «realizaron una extraordinaria labor apostólica y asistencial bajo la batuta de la Comunidad Salesiana.» Referente a la labor con los Antiguos Alumnos está demostrado que «en tiempos de don Manuel comenzó a funcionar la Asociación, por lo que puede ser considerado su fundador, si bien fuera su sucesor, don Gregorio Ferro, quien el 23 de noviembre de 1917 presentara en el Gobierno Civil los Estatutos para su aprobación.»
Como compendio sirve la radiografía que de él hace uno de la comunidad: «Era el clásico salesiano. A pesar de su edad estaba a la altura de todo. Recuerdo que en el fervorín de una fiesta de 1931 exclamó: “Nosotros defenderemos a Cristo y derramaremos hasta la última gota de sangre y estaremos a la máxima altura que haya que estar”…» ¡Y cumplió la promesa!
Encarcelamiento y martirio

El 12 de agosto de 1935 era elegido don Manuel, por segunda vez, director de la casa de Málaga. Habiendo tomado posesión de su cargo en septiembre, el nuevo curso se presentaba con los mejores augurios, a pesar de las dificultades de la situación política. Componían la comunidad del curso 1935-1936 catorce salesianos, -siete sacerdotes, cinco coadjutores-maestros de taller y dos clérigos en el periodo de las prácticas de enseñanza-, de los que nueve confesarían a Cristo con el sacrificio de su vida.

Apenas estalló la guerra civil, 18 de julio de 1936, don Manuel procuró que los padres de los alumnos internos retirasen a sus hijos y ante los tristes acontecimientos que se perfilaban en el horizonte, dispuso, como medida de prudencia, que los salesianos sacerdotes vistieran de paisano. El 20 de julio «a las 11 de la mañana llega una pobre mujer con un pequeño moribundo para bautizarlo. El señor director le administra el sacramento… Crece la intranquilidad temiéndonos un registro», que llega en la madrugada del día siguiente.«Quedaban en el colegio sólo unas decenas de alumnos. La turba se arremolinó amenazadora ante el edificio entre un insistente tiroteo. Buscaban armas imaginarias. El Padre Director hizo abrir las puertas y los milicianos invadieron la casa… ¡Espectáculo doloroso! Los miembros de la comunidad colocados en fila ante el muro del patio, mientras los alumnos llorando. Poco después los salesianos fueron conducidos al cercano cuartel de Capuchinos, mientras el colegio permaneció a merced del vandalismo de los invasores. La venerada imagen de María Auxiliadora fue profanada y después quemada con las demás.» Nos es conocido el via crucis recorrido hasta su calvario: visita del Gobernador que reconoce su inocencia, pero para preservarlos de la chusma, manda conducirlos a la Prisión Provincial, siendo encerrados en la ya famosa “Brigada de los curas” por el número creciente de sacerdotes y religiosos que acogió.


El 23 algunos salesianos pudieron abandonar la cárcel, mientras don Manuel –con otros varios- permanecería en ella más de dos meses, de los que uno lo pasó en la enfermería, aquejado de una infección intestinal y consolado por el afecto de sus hermanos salesianos. «A finales de agosto, algo restablecido, se unió a sus salesianos para compartir más plenamente con ellos el dolor de aquellas horas. ¡Cuánto sufría conforme conocía la muerte de los que le iban arrebatando a su cariño…!

El día de su feliz tránsito fue el 24 de septiembre. La saca, en la que fueron sacrificados 110 hombres y 8 mujeres, tuvo lugar desde la una y media a las seis de la tarde; los salesianos, con los de su “Brigada”, salieron a eso de las tres de la tarde. Don Manuel estaba signado con el número 179. Transportado por los esbirros ante las tapias del cementerio de San Rafael, el anciano sacerdote consiguió la palma del martirio dando su vida por la fe en Cristo. Sepultado en la “fosa general” de dicho cementerio, hoy sus restos mortales -con los de los demás- reposan en la catedral.»

 

Teódulo González Fernández, S.D.B.    En julio de 1936, con 25 años, Teódulo acababa de terminar el segundo curso de teología en Carabanchel Alto. Había nacido en Castrillo de Murcia, Burgos, el 2 de abril de 1911. En 1923 entró como aspirante en la casa salesiana de Baracaldo pasando después a las de Béjar y Astudillo. Hizo el noviciado en Carabanchel Alto, donde profesó como salesiano en 1929. Realizados los estudios filosóficos en Mohernando (Guadalajara), fue destinado para las prácticas pedagógicas al colegio salesiano San Juan Bautista de Estrecho en Madrid. Acabado el trienio, en otoño de 1934 inició en Carabanchel Alto los estudios teológicos.
Finalizado el segundo curso, lo destinaron, durante el verano, a la casa salesiana de Estrecho. Se desconoce dónde encontró refugio después del asalto al colegio. Sí parece que, para resguardarse de posibles registros y molestias, acudía a la Biblioteca Nacional a leer y a estudiar, y que de allí, denunciado como religioso, se lo llevaron detenido unos milicianos, el día 8 de septiembre de 1936, y lo fusilaron.

Al día siguiente, 9 de septiembre, se recibió un aviso telefónico en la comisaría de Cuatro Caminos. Comunicaban que en el camino de Maudes yacía un cadáver que presentaba varias heridas producidas por arma de fuego. Por la documentación personal que llevaba consigo quedó inmediatamente identificada su personalidad. Era don Teódulo González, salesiano. Durante los años de su vida salesiana se había caracterizado por ser uno de esos hombres que viven a nuestro lado sin que nadie repare en ellos y, sin embargo, realizan concienzudamente su callada labor. Teódulo era un salesiano minucioso, ordenado, metódico, servicial, muy trabajador y amante del estudio. Realzaba y embellecía las funciones litúrgicas con su Pequeño Clero, al que él sabía preparar y adiestrar, impulsado por su piedad y espíritu litúrgico.
 Andrés Gómez Sáez, S.D.B. Nació en Bicorp, Valencia, el 7 de mayo de 1894. Del aspirantado de Sarriá-Barcelona pasó al noviciado de Carabanchel Alto (Madrid), donde profesó en 1914. Fue ordenado presbítero en Orense en 1925.
Durante el sexenio 1925-1931, don Andrés no figura en el catálogo de la Sociedad Salesiana, salvo el curso 1927-28, en que, como sacerdote, consta en la comunidad de Baracaldo, aunque lo más probable es que no estuviera allí dicho año, porque desde su ordenación formaba parte del clero de la diócesis de Orense. Regresaría a la Congregación en 1931, permaneciendo en el colegio María Auxiliadora de Santander desde ese año hasta 1936, excepto el curso 1933-34, que estuvo en A Coruña.
Autorizada por el director la disolución de la comunidad, don Andrés se hospedó en una fonda de la calle Atarazanas, por los alrededores de la catedral. Durante los primeros meses de la guerra subía frecuentemente por el colegio. Cambiaba impresiones con los salesianos que se habían quedado allí, atendiendo a la colonia infantil, y comentaba los sucesos acaecidos en la ciudad.
Cuando evacuaron la colonia y los salesianos se dispersaron por la ciudad, todavía mantuvo contacto con algunos; los visitaba en su domicilio y él, a su vez, recibía visita de ellos. Parece ser que su residencia, cercana a la catedral, le daba oportunidad de ejercer su ministerio, al menos ocasionalmente.
El día 31 de diciembre de 1936 se acercó a la pensión cercana a la suya donde se hospedaba don Pedro Rodríguez, otro salesiano de la comunidad del colegio María Auxiliadora de Santander. La visita tenía por objeto ofrecerle algunas clases de francés para una familia conocida. Don Pedro aceptó, pero quedaron en verse al día siguiente, para acudir los dos juntos al domicilio de esa familia. Don Andrés no acudió a la cita, ni se supo nada más de él. Lo único que se sabe es que el día primero del año 1937, después de comer, don Andrés salió a pasear por el muelle. Cuando se encontraba observando las lanchas que hacían la travesía de Pedreña, dos milicianos se le acercaron y le detuvieron. No se han podido averiguar más detalles sobre su desaparición. Lo más probable es que aquella misma noche del día 1 de enero de 1937 lo llevaran al faro y lo precipitaran por el acantilado. Era el género de martirio mayormente usado en Santander. Para algunas víctimas, el tormento sanguinario o la muerte precedían al despeñamiento; otras eran precipitadas vivas, con las manos atadas.   Juan Larragueta Garay, S.D.B.  Nació en Arrieta, Navarra, el 27 de mayo de 1915. Según el testimonio de su madre, Juan era un chico como los demás, con sus travesuras, con su buen humor, su interés por jugar con los demás niños; pero, eso sí, siempre el brazo derecho de su párroco como monaguillo, cantor, solista, etc. El aspirantado a la vida salesiana lo hizo en el colegio salesiano San Miguel Arcángel del Paseo de Extremadura de Madrid y el noviciado en Mohernando (Guadalajara), donde profesó como salesiano en 1934. Allí mismo siguió para cursar los estudios filosóficos, que terminaba, precisamente, en julio de 1936.
Los que le conocieron y convivieron con él, especialmente durante los años de su corta vida salesiana, destacan su incansable espíritu de trabajo, su gran espíritu de sacrificio y, sobre todo, su admirable caridad hacia los enfermos, manifestada durante todo el tiempo en el que, como encargado de la enfermería, éstos estuvieron confiados a su cuidado. La correspondencia epistolar con su familia le retrata, además, como un salesiano recio, enamorado de su vocación, apóstol y misionero.

La revolución y consiguiente persecución religiosa lo sorprendió también el 23 de julio de 1936. Con los demás hermanos hubo de abandonar la casa de Mohernando y esconderse durante tres días por las orillas del río Henares. Fue en esta ocasión cuando, de manera destacada, brilló su caridad. Atento a todas las necesidades de los demás, acarreaba el agua, se preocupaba constantemente de que no faltara la comida y transportaba bultos o ayudaba a los demás en estas faenas. El 2 de agosto fue recluido en la cárcel de Guadalajara., en compañía de don Miguel Lasaga, de otros cinco jóvenes salesianos y 276 personas más que el 6 de diciembre fueron fusilados en el modo ya descrito.

 Félix González Tejedor, S.D.B. El salesiano que tenía el cargo de catequista en el seminario de Carabanchel Alto desde 1934, había nacido en Ledesma, Salamanca, el 17 de abril de 1888. Conoció a los Salesianos cuando, siendo niño de coro de la catedral salmantina, iba con frecuencia a jugar al patio del colegio salesiano de la ciudad. Con 18 años fue admitido como novicio en Carabanchel Alto, profesando allí mismo como hijo de don Bosco, en 1907. La ordenación presbiteral la recibió en El Campello en 1915.
Apenas ordenado presbítero, fue destinado a la casa de Madrid-Atocha, donde desplegó una actividad incansable y un celo apostólico que le hicieron muy popular en las barriadas cercanas. En 1926 fue destinado a Salamanca-María Auxiliadora como catequista, y a los dos años a Béjar, donde fue a la vez catequista y consejero. En 1930 pasó a Barakaldo como consejero escolar y a los dos años fue nombrado director. Desde 1934 estaba de nuevo en Carabanchel Alto, hasta que, en julio de 1936, fue, con toda la comunidad, expulsado del colegio por los milicianos que lo asaltaron.

Don Félix siguió las mismas vicisitudes que la comunidad del seminario de Carabanchel Alto, hasta la pensión Loyola, de la calle Montera, si bien, él solamente permaneció allí unos pocos días. Dicho refugio lo abandonó para albergarse en casa de su hermano Ángel, que vivía en la barriada de Ventas. Pero también de allí se marchó el 7 de agosto, ante el agravamiento de la situación. Encontró seguidamente habitación en una casa de huéspedes de la calle Espoz y Mina, en la que solamente paraba para comer y dormir. El resto del día lo pasaba oculto en una trastienda inmediata al domicilio de su hermana Corina, en la calle de la Bolsa, 6. La trastienda formaba parte de una librería regentada por antiguos alumnos.
En el ejercicio de su ministerio sacerdotal, el 24 de agosto de 1936, don Félix fue a visitar a una familia de la calle Méndez Álvaro, 2, siendo entonces denunciado como sacerdote y detenido, alrededor del mediodía, por un grupo de milicianos. Al parecer le asesinaron ese mismo día 24 de agosto por la noche. Los milicianos que le detuvieron pertenecían a la checa de la estación de Atocha, cercana al lugar del arresto. Es probable que le condujeran allí. Y de este lugar a la muerte.   Sabino Hernández Laso, S.D.B. De la comunidad salesiana del colegio san Juan Bautista del madrileño barrio de Estrecho, antes que don Pío, desapareció el salesiano sacerdote don Sabino Hernández Laso, nacido el 11 de diciembre de 1886 en Villamor de los Escuderos, Zamora. Huérfano de padre desde el año 1894, se encargó con verdadero cariño de su educación el maestro del pueblo, y más tarde, al morir éste, el párroco, quien hizo con él las veces de padre. En 1903 ingresó en el colegio salesiano de San Benito (Salamanca), donde estuvo tres años y luego pasó al noviciado de Carabanchel, donde profesó como salesiano en 1908.
En 1916 fue ordenado presbítero en Salamanca, continuando allí un año más con el cargo de catequista. Luego estuvo destinado en Talavera de la Reina, Salamanca, Baracaldo, Béjar, Madrid-Atocha, Santander-Don Bosco, donde fue director durante tres años, y Vigo. A la casa de Estrecho llegó en 1935, como profesor de enseñanza elemental.

Fue don Sabino un salesiano de espíritu serio, quizás un poco reservado, muy estudioso, culto, exigente consigo mismo y también con los demás, buen predicador, buen religioso, exacto cumplidor de las Constituciones, las cuales defendía con tesón cuando era menester y a las cuales ajustaba su criterio y su consejo.

El día 19 de julio, este sacerdote salesiano sufrió, junto con los demás hermanos de la comunidad de Estrecho, las consecuencias del asalto al colegio. Con todos ellos fue conducido a la Dirección General de Seguridad. Don Sabino llegó sangrando. Al salir libre aquella misma tarde, y tras otros intentos, encontró asilo en el domicilio de doña Ana Fernández Vallejo, en la calle Fuencarral, 10. El día 28 de julio unos milicianos irrumpieron en el piso y le detuvieron por ser sacerdote. Inmediatamente lo llevaron a un desconocido lugar donde lo fusilaron.
Honorio Hernández Martín, S.D.B.     Nacimiento: El Manzano (Salamanca), 18-12-1905 Profesión religiosa: San José del Valle (Cádiz), 12-09-1926 Defunción: Ronda (Málaga), 28-07-1936
Dios lo esperó a las puertas del sacerdocio y, tal vez, donde él no había pensado, en Ronda… En junio de 1936 ha terminado en el Teologado Nacional de Carabanchel Alto sus estudios teológicos y recibido el subdiaconado.
Destinado «a la casa de Santa Teresa de Ronda para pasar los meses estivos y prepararse a la ordenación presbiteral, ofrecía antes el sacrificio de la vida con la gloriosa palma del martirio.»
Nació en el pueblo salmantino de El Manzano, de padres cristianos y honestos labradores. «En su infancia destacó por la piedad, dirigiendo desde muy pequeño el rosario familiar y cumpliendo con fervor sus deberes de monaguillo.

Su ilusión era ser médico, y para ello frecuentó durante dos años el Instituto de Salamanca… Pero la Divina Providencia cambió pronto sus ideales humanos en divinos: brota en su corazón bien dispuesto la vocación sacerdotal y salesiana, que lo transformaría de médico de los cuerpos en médico de las almas.»

A sus 16 años, en septiembre de 1921 ingresó en el aspirantado de Cádiz, y allí, «sencillo y piadoso, amable y animador de los juegos, estudiaba los cuatro años de humanidades.» En San José del Valle hace el noviciado, -terminado el 12 de septiembre de 1926 con la profesión religiosa hasta el servicio militar-, y a continuación los dos cursos de filosofía.

«Para realizar el servicio militar sustitutivo, permaneció cinco años en Argentina», que le sirvieron los tres primeros, -en las casas de Rosario (1928-1929) y Mendoza (1929-1931)-, de prácticas educativo-pastorales; y el bienio 1931-1933 para estudiar la teología en el Instituto Teológico-Villada (Córdoba), cerrando su estancia argentina con un año en Rodeo del Medio. «De nuevo en España, tras vivir un año en Sevilla-Trinidad, pasa el curso 1935-1936 en Carabanchel Alto-Madrid, concluyendo la teología. En dicho curso recibió las órdenes menores… y el Subdiaconado… Dos meses antes de sufrir el martirio… era destinado a Ronda-“Santa Teresa” para colaborar en las actividades pastorales de verano…

Camino del martirio

No llevaba todavía un mes en Ronda, cuando estallaba la guerra civil, quedando la ciudad a merced de las turbas. Como ya conocemos, iglesias, conventos y casas religiosas fueron presa del pillaje, saqueo, destrucción. El último centro religioso atacado fueron las Escuelas populares de Santa Teresa, donde siguió la vida normal hasta la mañana del 25, si bien entre sobresaltos y preocupaciones. El día 24 fue una jornada dolorosa al ser encarcelados los salesianos de la otra casa (“El Castillo”) y asesinados dos de ellos: el director, D. Antonio Torrero, y D. Enrique Canut.

«El día 26, domingo.., aún se ha celebrado la santa Misa. Los salesianos, empezando por el director, no han querido abandonar el colegio… El lunes, 27, se presentan los milicianos para inspeccionar las Escuelas… Tras encerrar a los salesianos, empieza el registro minucioso… [Uno] al ver… el breviario de don Honorio, lo tiró al fuego diciendo: “¡Hay que construir una nueva España!”…

Los milicianos preguntaron: “¿A dónde queréis ir?”… “Al hotel Progreso”… Y el P. Pablo Caballero, el subdiácono Honorio Hernández y el clérigo Juan Luis Hernández son llevados a la pensión Progreso, [en la que se encontraba ya desde el 24 el P. Miguel Molina-]…

Al alba del 28 de julio el temido “Drácula”, medio de transporte de las inocentes víctimas, paró a la puerta de la pensión… Una patrulla de milicianos entró… Todos los salesianos fueron detenidos… El fatídico “Drácula” llevó a los cuatro salesianos hasta las tapias del cementerio, donde fueron vilmente asesinados… Don Honorio fue sepultado en la fosa común, en la que reposan, aún no identificados, sus restos mortales…

Así, cuando tocaba la cima de su ideal, el Sacerdocio, don Honorio cambió la blanca estola con la palma del martirio, padecido por ser ministro de Cristo y educador salesiano.»
 Juan Luis Hernández Medina, S.D.B. Nacimiento: Cerralbo (Salamanca), 19-12-1912 Profesión religiosa: San José del Valle (Cádiz), 11-09-1931Defunción: Ronda (Málaga), 28-07-1936
Hacía el trienio de prácticas educativo-pastorales en la casa salesiana de Santa Teresa, -siempre en Ronda-, siguiendo, en plena juventud, la suerte de la mayoría de los miembros de su comunidad. Aquí sí que el único pecado que condenó a Juan Luis fue el de ser seguidor de Cristo hasta las últimas consecuencias… como él lo había vivido.
Nacido en el pueblecito salmantino de Cerralbo, -de padres agricultores-, con solo ocho meses toda la familia se trasladaba a Sobradillo, donde al mismo tiempo que se dedicaba a las labores del campo, recibía las primeras nociones del saber.
A los 14 años, en septiembre de 1926, ingresaba en el aspirantado de Cádiz, por el que pasaron sus tres hermanos, dos antes que él y el menor, Matías, -del que Juan Luis fue «ángel custodio, escudo y defensa»-, siguió sus pasos en la vida salesiana, y hoy, anciano e inválido, ha vivido su sacerdocio en una silla de ruedas, en la casa “Pedro Ricaldone” para enfermos, hasta su muerte.
Al año siguiente (1927) pasaba al aspirantado de Montilla y en septiembre de 1930 marchaba a San José del Valle, donde hacía el noviciado,-concluido el 11 de septiembre de 1931 con la emisión de los votos hasta el servicio militar-, y a continuación por un bienio los estudios de filosofía. Las Escuelas Populares ”Santa Teresa” (Ronda) fueron el campo en el que desarrolló sus primicias pedagógicas. Acabado el segundo año, renovaba allí mismo sus votos temporales (08-09-1935). Sus cartas rebosan fervor y entrega en el apostolado… La Revolución llegó precisamente cuando estaba para terminar el trienio pedagógico y esperaba, tras las vacaciones, iniciar los estudios de teología.
Silueta humano-religiosa

«De carácter noble, jovial y serio a un tiempo, obediente, humilde y sencillo, estaba siempre dispuesto a complacer a todos, pues no sabía decir “No” a nadie que viniera a pedirle algún favor.» Corrobora el juicio pronunciado al ser admitido a la profesión: «Criterio religioso, decidido en su vocación, conducta moral y disciplina buena, carácter formal y al mismo tiempo alegre y tranquilo, piedad manifiesta, trabajo espiritual consciente, capacidad intelectual suficiente; exterior limpio, ordenado y recogido; aventajado en el dibujo, celoso.»
Don Florencio Sánchez -en el opúsculo Dos meses entre los rojos- delineaba su figura con estos rasgos: «Don Juan Luis Hernández, clérigo, estudiante aún. Sólo lleva tres años dedicados a la enseñanza. Es el maestro de música de las escuelas. Los alumnos lo quieren con delirio. Es un niño más entre ellos. También ha sido respetada su juventud. La vida del joven salesiano, que se abría sonriente y prometedora, ha sido truncada también.»

Hacia el martirio

Desde el 18 de julio, estallido de la guerra civil, Ronda estaba en manos de los comunistas. Conocemos ya cómo se precipitaron los acontecimientos y cómo la casa del Sagrado Corazón ha sufrido el expolio y la dispersión de sus moradores, algunos de los cuales en los días sucesivos eran asesinados. Los salesianos de la comunidad de Santa Teresa, de la que es miembro Juan Luis, empezando por el director, no han querido abandonar la casa.

La mañana del domingo, «26 de julio, pudo participar con tranquilidad en la santa Misa y recibir la comunión por última vez, como preparación a la meta, que se presagiaba inminente… El 27 se presentan los milicianos… y, tras encerrar a los salesianos, empieza el registro minucioso, el saqueo, la destrucción… Los más tranquilos y resignados eran don Pablo Caballero y Juan Luis Hernández… Los milicianos preguntaron: “¿Adónde queréis ir?”, “Al hotel Progreso”, responde don Pablo…» Y al hotel “Progreso”, -donde ya se hospedaba el P. Miguel Molina-, son conducidos don Pablo Caballero, el subdiácono Honorio Hernández y el clérigo Juan Luis Hernández. «A primeras horas de la mañana del martes 28, un piquete de milicianos se lleva a los cuatro salesianos… atados de dos en dos… en el famoso vehículo… “Drácula”.
Y junto a las tapias del cementerio fueron asesinados… Sus restos mortales… reposan en una fosa común.»
La Providencia había dispuesto que aquella flor precoz, que se abría prometedora, fuera ornada con la corona del siervo fiel; más todavía, con la corona de mártir. Así «el intrépido confesor selló con el martirio su breve, pero apostólica y admirable vida.»

Andres Jiménez Galera, S.D.B.     Nació en Rambla de Oria, Almería, el 25 de enero de 1904. Ordenado sacerdote, fue nombrado coadjutor de la parroquia del Sagrario de Almería y profesor de teología del seminario diocesano.
Cuando en 1934 pasó por el seminario de Almería el salesiano don Marcelino Olaechea, don Andrés aprovechó para manifestarle sus deseos de ser salesiano. Admitido el curso 1935-36 como aspirante en el colegio María Auxiliadora de Salamanca, se adaptó en seguida a la vida salesiana, que le parecía hecha a su medida. En el verano de 1936 comenzaba su noviciado en Mohernando (Guadalajara). Cuando el 23 de julio de 1936 fue asaltada la casa y detenidos todos sus moradores, don Andrés, sin lamentarse, se dedicó, junto con el director, a confortar los ánimos de los demás, exhortando a confiar en la Providencia y a aceptar cuanto el Señor quisiera disponer. Igual que los otros miembros de la comunidad, tras ser expulsados del colegio, don Andrés estuvo también deambulando durante varios días por las márgenes del Henares, en busca de cobijo.

El día 27 de julio, sorprendidos por un grupo de milicianos, serían llevados al palacio de los Marqueses de Heras, y de aquí al Gobierno Civil de Guadalajara. El gobernador ordenó seguidamente que fueran devueltos de nuevo a Mohernando, como detenidos. Pero en el camino de vuelta, un grupo de milicianos del madrileño centro de Ventas, que andaba por allí, requisó uno de los coches y, al conocer la identidad sacerdotal de uno de sus ocupantes, don Andrés, ordenaron que se dirigiera hacia la capital. Le acompañaba el estudiante profeso Eulogio Cordeiro. Cuando los coches iban por el Km. 52 de la carretera de Madrid, próximo a Guadalajara, se pararon y les obligaron a bajar. En el cacheo le encontraron a don Andrés un crucifijo. Intentaron arrebatárselo, pero él no consintió. Entonces le ordenaron que cruzara la carretera y avanzara por una tierra en barbecho hacia el río Henares. No le dio tiempo a llegar. Ocho milicianos le dispararon por la espalda y el sacerdote cayó de bruces. Uno de los que le había disparado se adelantó hacia la víctima y al ver que todavía estaba vivo le disparó el tiro de gracia para rematarlo. El cadáver de don Andrés probablemente permaneció varios días sin ser sepultado. No se logró averiguar el lugar donde fue inhumado su cuerpo.
   Justo Juanes Santos, S.D.B. Este clérigo trienal de la casa de Atocha, asesinado en Paracuellos del Jarama, nació en San Cristóbal de la Cuesta, Salamanca, el 31 de mayo de 1912. Era de carácter fuerte, decidido, noble corazón, sin respetos humanos para cortar a tiempo toda murmuración, particularmente contra sacerdotes o su maestro. A los 13 años, ingresó en el aspirantado de Astudillo y, de allí pasó al colegio San Miguel Arcángel de Madrid. Hizo el noviciado en Mohernando (Guadalajara), donde profesó en 1932. Realizados allí mismo los estudios de filosofía, lo destinaron a la casa de Madrid-Atocha para sus prácticas pedagógicas. En julio de 1936 le faltaba todavía un año para terminarlas.
Cuando, entre el 19 y 20 de julio, los salesianos de la comunidad de Atocha se vieron obligados a marcharse del colegio, don Justo se refugió en una pensión de la calle Fuencarral, 154. Unos días más tarde se le unió el coadjutor salesiano don Andrés García, también del colegio de Atocha, que había estado detenido en la Dirección General de Seguridad con otros salesianos de la misma comunidad.

Don Justo, don Andrés, y la dueña de la pensión, fueron detenidos el 9 de octubre. Al primero, los milicianos que realizaron la inspección, le habían encontrado algunos objetos religiosos. Después de pasar la noche en la Dirección General de Seguridad, tanto don Justo Juanes como don Andrés García, ingresaron en la cárcel Modelo. De allí, el clérigo trienal pasó a la cárcel de San Antón, donde permaneció hasta que, junto con otros dos salesianos de la comunidad de Atocha también, don Anastasio Garzón y don Valentín Gil, salió para ser fusilado en Paracuellos del Jarama el día 28 de noviembre de 1936. Los tres partieron hacia la muerte con gran firmeza de ánimo, según un testigo presencial.

 

 

Miguel Lasaga Carazo, S.D.B. Nació en Murguía, Álava, el 6 de septiembre de 1892. Hizo el noviciado en Carabanchel, donde profesó como salesiano en 1912. El presbiterado lo recibió en Barcelona en 1921.
El primer año de sacerdocio estuvo destinado en Turín, como encargado del Boletín Salesiano en lengua española. De allí fue enviado a Perú. Habiendo regresado a España en 1928, estuvo en la casa de Atocha. En 1930 fue destinado a la casa de Mohernando (Guadalajara), siendo nombrado director en 1934.

Don Miguel y los seis jóvenes salesianos que le acompañaron en el martirio, ingresaron en la cárcel de Guadalajara, el día 2 de agosto de 1936. Durante los cuatro meses que permanecieron allí, él y los jóvenes salesianos, lograron hacer germinar una comunidad en pequeño dentro de la prisión, aún estando diseminados por galerías distintas.

Lo mismo que en otras cárceles republicanas oficiales o improvisadas, en la de Guadalajara hubo también sacas individuales o inesperadas condenas a muerte, entre los meses de julio y diciembre. Ya el 1 de septiembre de 1936 se intentó asaltar la cárcel, como represalia por una incursión aérea de los militares franquistas que no causó daños. Afortunadamente, la saca pretendida por un grupo de milicianos armados no se llevó a efecto. Pero este hecho inicial dejó grabado en la conciencia de todos los presos que un nuevo intento no quedaría frustrado.

Efectivamente, el día 6 de diciembre de 1936 un nuevo bombardeo fue otra vez el pretexto utilizado para desencadenar la tragedia. Concurrieron en ella todos los agravantes. El gobernador civil concedió explícitamente su anuencia y el ejército republicano colaboró directamente en la masacre. De este modo, la turba armada se desparramó por todas las dependencias de la cárcel e inmediatamente comenzaron los fusilamientos en masa que se prolongarían hasta altas horas de la noche.

Según la crónica de don Higinio Busons, un preso que logró escapar de los fusilamientos, don Miguel Lasaga se había sentado en una cama desde el momento en que se produjeron las primeras descargas. Cuando los demás presos de su grupo empezaron a dispersarse con precipitación, se levantó y los contuvo con un ademán y breves palabras: “Bueno, amigos, dijo, esperen ustedes un momento, que les voy a dar la absolución”. Seguidamente, don Miguel tornó a su postura de antes, acompañado ahora por un joven salesiano que estaba con él en la misma galería.

Los asesinatos continuaron hasta avanzada la tarde. Los milicianos subían y bajaban por dormitorios y galerías. Disparaban a quemarropa, acribillaban a los refugiados en las dependencias o los empujaban al patio para ejecutarlos. Así hasta las tres de la madrugada que acabó la descomunal masacre.

Consumado el crimen, era necesario deshacerse de los cadáveres. En camiones fueron llevados, unos hasta una fosa excavada en un olivar situado en el camino de Chiloeches, y otros a fosas comunes del cementerio de Guadalajara. Entre ellos estaban los siete salesianos. Más tarde, sus restos fueron trasladados a un panteón común en el mismo cementerio. Ahí yacen también los salesianos de la comunidad de Mohernando sacrificados en la cárcel de Guadalajara. Al director, don Miguel Lasaga, le acompañaban estos seis jóvenes estudiantes y coadjutores salesianos mártires, de los que, seguidamente, ofrecemos una breve reseña de su, por desgracia, corta vida salesiana. 
   José Limón Limón, S.D.B.  Nacimiento: Villanueva del Ariscal (Sevilla), 27-12-1892 Profesión religiosa: Sevilla, 22-11-1912 Ordenación sacerdotal: Pamplona, 20-09-1919 Defunción: Morón de la Frontera (Sevilla), 21-07-1936
Su memoria quedará ligada a su muerte, con halo de martirio, el 21 de julio de 1936 en Morón de la Frontera, junto con don José Blanco.

Natural del industrioso pueblo sevillano del Aljarafe, Villanueva del Ariscal, sus padres eran honestos trabajadores de profunda fe cristiana. No ha de extrañar, pues, que en la partida de bautismo el párroco declarase en octubre de 1906 «que José Limón -entonces de 14 años escasos- es de conducta ejemplar y se distingue por su piedad y por sus costumbres puras y religiosas.» Tenía a quien parecerse. Muy niño aún, pierde a su padre y «desde su infancia mostró su inclinación al estado clerical. A los doce años, siendo un tío suyo canónigo en la catedral de Pamplona, don José ingresaba en el seminario de dicha ciudad, donde por dos años siguió los estudios de Latinidad…

«Pero el amor a la juventud fecunda su vocación salesiana y en noviembre de 1907 entraba como aspirante en la casa de la Stma. Trinidad-Sevilla», completando las humanidades en Écija. En noviembre de 1909 empieza el noviciado en San José del Valle, prosigue la filosofía y el 22 de noviembre de 1912 se consagraba a Dios temporalmente en Sevilla. Pasa su primer año de prácticas educativo-pastorales en Utrera y los dos restantes en Córdoba, regresando a Utrera para alternar la docencia con el estudio de la Teología, que culmina con la ordenación sacerdotal, recibida en Pamplona de manos de Mons. José López, el 20 de septiembre de 1919.

Utrera recogió las primicias de su celo sacerdotal por cuatro años y por otros cuatro lo derrochó en Cádiz como catequista de los aspirantes. Durante el trienio 1927-1930 dirige la casa de Carmona, «donde se distingue por su amor a los pobres», y, tras un trienio como párroco y confesor de los novicios en San José del Valle, por dos años (1933-1935) dirige la casa de Arcos de la Frontera, pasando en septiembre de 1935 a dirigir la de Morón de la Frontera.

Rasgos de su carácter

Un antiguo alumno de Carmona me confesaba que «los veteranos recordarán su aspecto… con visos de timidez, su risa franca en inocentes bromas, las declamaciones de versos que su privilegiada memoria retenía. Don José era un niño bueno, valga la paradoja», sencillo, afable, apostólico y de gran espíritu salesiano.
Y la semblanza biográfica, incluida en el Summarium, lo ratifica: «Sencillo y bueno. En el año escaso que pasó en Morón se encariñó con los alumnos y el pueblo; despreocupado de sí mismo, se entregaba al bien de todos… Don José era un catequista celoso y de una bondad exquisita, no poniendo reparos cuando se trataba de ayudar a los Hermanos… No le gustaba aparentar, dando siempre la preferencia a otros Hermanos… Se desvivía para que las ceremonias y el culto resultaran dignos… En los recreos siempre iba rodeado de un tropel de niños… Buen religioso…, la fama que tenía era maravillosa», tan maravillosa -confiesa su hermana Concepción- que le gustaba repetir que «era bien visto por todos…Y que anhelaba morir por su ideal…»
Su testimonio martirial

Lo recogió don Rafael Infantes, -entonces, estudiante de teología que pasaba en Morón las vacaciones-, y salvado milagrosamente de la muerte, es el testigo excepcional que narra y vive el itinerario del vía crucis martirial:«Los rumores de golpe militar del 18 de julio 1936, no fueron confirmados hasta la noche por Radio Sevilla… Mientras escuchaban la radio, un empleado de la casa, entró saltando la tapia del huerto para comunicarnos que en Morón unas patrullas de izquierdas iban por las calles, deteniendo sin violencia a los más destacados exponentes de la derecha… A los pocos minutos vimos cómo algunos guardias hacían una ronda cerca del colegio…


La mañana del 19, después de la Misa de las 8’30, el colegio permaneció inmerso en una soledad inusitada. Bien cerrada la cancela, quedamos en casa sólo cuatro salesianos (el director, don Mariano Subirón, -el confesor, que logró huir a las pesquisas de los milicianos-, el coadjutor don José Blanco y don Rafael, el cronista). A las diez se presentó un grupo de asaltantes dispuesto a hacer un registro… El buen director soportó impávido sus vejaciones y las repetidas amenazas de fusilamiento… Yo les acompañé a la Iglesia, donde lo husmearon todo sin cometer ningún desmán… Al Sr. Blanco, que les acompañó en el registro de la despensa y de la cocina…, le habían puesto un cuchillo al cuello varias veces para que descubriera el escondite de las armas…

Prefirieron llevarnos a la cárcel…“con las manos atadas para mayor vergüenza”… Salimos tal como estábamos, -el director y yo con sotana, don José con su traje de domingo-, recorriendo las calles más concurridas… La gente afluía curiosa. La comitiva se detuvo ante el Ayuntamiento; nuevo tentativo de fusilarnos por la espalda. Pero seis guardias municipales… se hicieron cargo de nosotros y nos metieron en la cárcel. Eran las doce en punto…

Al día siguiente, lunes 20, temiendo que invadieran e incendiaran la cárcel, los guardias civiles consiguieron que, hacia mediodía…, los 32 encarcelados pasaran al cercano cuartel de la Guardia Civil. Allí comenzó una resistencia heroica entre los acuartelados y los marxistas. “Nos defendían unos cincuenta y, entre ellos, el señor Blanco sdb, mientras el señor director y yo estábamos con los hijos de los guardias, casi todos alumnos del colegio”… Pero la resistencia resultaba inútil. El cuartel ardía por varias partes. Un grupo de los asediados acudió a don José para confesarse, a lo que se prestó con serena bondad. Por la noche…, dormitamos alrededor de la radio en espera de la aurora del martes, 21 de julio, día del martirio…

Desde la casa de enfrente incendiaron la puerta del cuartel… Al ver que el incendio invadía los locales, el teniente, habiendo hablado con los rojos, ordenó salir a las mujeres y niños que, tras despedirse con dolor, se dirigieron al Ayuntamiento… Unos minutos de vacilación y también nosotros optamos por el peligro menos inminente: salir. Mientras íbamos hacia la puerta, yo empecé a despojarme de la sotana, interrogando con la mirada al Sr. Director, que me respondió: “Nos conocerán igualmente. Y si hay que morir, mejor con la sotana puesta”. Salimos a la calle, manos en alto… Nos cachearon y nos mandaron avanzar hacia la plaza del Ayuntamiento… Vimos a más de veinte hombres parapetados en los balcones. Se oyó una descarga cerrada… Nuevos disparos… Y todos yacíamos en el suelo. Eran las siete y media de la tarde…

Una hora después, las sombras acompañaron el arrastre y amontonamiento de las víctimas en la caja de un camión, tras disparar de nuevo contra don José. Yo, gravemente herido por una descarga de perdigones, pude seguir de cerca su agonía, ya que mis pies se apoyaban en su pecho. Oía sus ¡ayes! sofocados, entremezclados con palabras de perdón: “¡Jesús, misericordia! ¡Perdón, Señor!… Recorrieron todo el paseo…, dejando en el suelo, junto al último farol, las once víctimas… Don José, arrojado de un golpe, dejó escapar un débil ¡ay!, último suspiro truncado por una descarga que acabó con su noble existencia… Eran las diez de la noche del 21 de julio… Al fin todos los milicianos se marcharon, y se hizo el silencio…»

«Una hora después se levantaba don Rafael Infantes y, recorriendo la ribera del río Guadaíra, se ponía a salvo, [tras una odisea, en Alcalá de Guadaíra]… Al día siguiente los restos mortales de don José, junto a los de las otras quince víctimas, eran sepultados en una fosa común al fondo del cementerio…» Sólo en junio de 1966, exhumados los restos de los dos salesianos, recibieron definitiva sepultura en el atrio de la iglesia de María Auxiliadora de Morón de la Frontera, siendo director de la casa el “mismísimo” don Rafael Infantes, compañero de “martirio”.

Y «así, vestido con su sotana, -musita la Positio-, coronó su vida este heroico mártir, cuyo único delito fue el ser sacerdote y educador salesiano.»
   Francisco José Martín López, S.D.B. En Paracuellos del Jarama, pero en una saca anterior, fue asesinado también este otro coadjutor de la casa de Atocha, nacido el 24 de septiembre de 1910, en Vitoria-Gasteiz, Álava. A los cuatro años frecuentaba ya el colegio de los Marianistas, en el cual hizo el Bachillerato. Comprendiendo que Dios le llamaba al estado eclesiástico, ingresó en el Seminario de Vitoria donde cursó la Filosofía. Con veinte años, pidió ser admitido en la Congregación Salesiana, tras haber estudiado y experimentado en Baracaldo, Santander y Pamplona, la que sería su futura vida. Hizo el noviciado en Mohernando (Guadalajara), donde profesó como salesiano coadjutor en 1933. El primer año de profeso estuvo en el colegio de Madrid-Paseo de Extremadura, y los dos siguientes en el de Atocha, donde estaba en julio de 1936.
En estos pocos años, este salesiano coadjutor destacaría por su celo apostólico en las dos casas a las que estuvo destinado, sobre todo en la de Atocha.

Don Francisco José fue detenido el mismo día 19 de julio en la esquina de la calle José Antonio Armona, junto al colegio. Le condujeron primero a la Dirección General de Seguridad y, a los tres días, le recluyeron con otros salesianos y antiguos alumnos en la cárcel Modelo. Allí permaneció hasta la madrugada del 7 al 8 de noviembre que fue sacado para ser “trasladado” a la cárcel de Alcalá. Nunca llegó pues le fusilaron el día 8 de noviembre a las diez y media de la mañana, en Paracuellos del Jarama. Aunque la primera fecha que se dio de su muerte fue el día 9 de noviembre, no parece exacta, pues las “sacas en masa” se interrumpieron el día 8. Tampoco está comprobada la existencia de expediciones numerosas el día 9 de noviembre.
  Germán Martín Martín, S.D.B. Nació el 9 de febrero de 1899 en San Cristóbal de Priero, Asturias. Fue alumno durante los primeros años escolares en el colegio salesiano de Béjar (Salamanca). Cumplidos los 14 años, decidió hacerse salesiano. Hizo el noviciado en Carabanchel Alto, donde profesó en 1918. Siguió allí dos cursos más para estudiar la filosofía. Realizó las prácticas pedagógicas el primer año en el colegio salesiano San José de la calle Rocafort de Barcelona y los dos años siguientes en Baracaldo. Tras un tiempo en Hispanoamérica, para cumplir según las leyes de entonces el servicio militar sustitutorio, regresó a España, siendo ordenado presbítero en Vitoria-Gasteiz en 1927.
Estrenó su sacerdocio en Carabanchel, donde permaneció durante seis años. En 1933 es destinado al colegio San Miguel Arcángel del Paseo de Extremadura, dos años de consejero escolástico y el último de catequista o animador espiritual de los alumnos internos. En estos años de vida salesiana, don Germán practicó con exactitud y ejemplaridad el sistema preventivo en los diversos encargos que los Superiores le confiaron. Sabía llegar con delicadeza al corazón de los jóvenes. Antiguos alumnos suyos lo elogiaban por su profundo espíritu salesiano, bondad y métodos pedagógicos.

Al tener que marcharse del colegio los salesianos, don Germán junto con don Dionisio Ullivarri, administrador del colegio María Auxiliadora de Salamanca, que estaba de paso en Madrid, se hospedaron en una pensión cercana a la Gran Vía. Seguidamente se trasladaron ambos a otra situada en la calle Alfonso XII, 66. El domingo 30 de agosto, los dos salesianos visitaron, según costumbre, a una familia amiga que vivía en la calle Orellana. Allí les detuvieron y les condujeron a la checa de Fomento y, aquella misma noche (madrugada del día 31 de agosto) los asesinaron en el cementerio de Aravaca, cerca de Madrid.

 

 Manuel Martín Pérez, S.D.B. Nació el 7 de noviembre de 1904 en Encinasola de los Comendadores, Salamanca. Hizo el aspirantado en El Campello y el noviciado en Carabanchel Alto. Allí profesó como salesiano en 1923. Tras los estudios filosóficos siguieron sus prácticas pedagógicas en Santander-Don Bosco, Astudillo y Madrid-Atocha. A Carabanchel Alto, volvió para estudiar la teología. Habiéndola terminado en 1931, continuó allí durante dos años más como profesor. En otoño de 1933 fue destinado al colegio del Paseo de Extremadura y, tres años después, sufrió la persecución que le llevó a entregar su vida por Cristo. Se había distinguido por la bondad de su carácter, su competencia en la misión educadora, la entrega total a ella con seriedad y constancia, su simpática sencillez y, finalmente, su espíritu de sacrificio.
La tarde del 19 de julio se marchó del colegio junto con el coadjutor don Valentín Gil, al que nos referiremos a continuación. Su primer refugio fue el domicilio de un conocido de don Manuel en la calle Pérez Galdós, 4, hasta que juntos, don Valentín y don Manuel, se trasladaron a una pensión de la calle Atocha, 46. El día 17 de septiembre fueron sorprendidos allí por un registro de milicianos que se saldó con la detención de don Valentín. Don Manuel se estableció entonces en la pensión Loyola de la calle Montera, 10, donde estaban ya refugiados algunos salesianos de la comunidad de Carabanchel Alto. Allí estaba cuando fue detenido el 15 de octubre de 1936 y conducido a la cárcel Modelo. No se ha podido precisar la fecha exacta de su muerte. Corresponde a una de las primeras sacas en masa de dicha prisión, efectuadas los días 7 y 8 de noviembre de 1936. Formó parte, pues, de las fatídicas expediciones a Paracuellos del Jarama.
   Luis Martínez Alvarellos, S.D.B. Nació el 30 de junio de 1915 en La Coruña. Primero fue alumno del colegio salesiano de la ciudad gallega, dejando allí un grato recuerdo de su bondad y entusiasmo por las funciones religiosas y artísticas, en las cuales intervenía activamente. “Hijo de una familia acomodada, dice en la Positio (Summarium, pág. 37, n. 56) un profesor suyo, supo vencer la enorme dificultad de renunciar al afecto de la madre y de adaptarse a la austeridad de la casa religiosa, sin quejarse de nada, destacando en la obediencia a los Superiores”. Posteriormente ingresó como aspirante en el colegio San Miguel Arcángel del Paseo de Extremadura en Madrid y de allí pasó al noviciado de Mohernando (Guadalajara), donde profesó como salesiano por tres años en 1934. En esta ocasión escribió a su casa una carta, canto prolongado y entusiasta de acción de gracias a Dios por el beneficio inestimable de la profesión, a la par que de felicitación a la madre por la suerte que Dios le deparaba de dar un hijo a la Congregación Salesiana. Y en la casa salesiana de Mohernando siguió Luis después de profesar, para hacer los dos cursos de filosofía, hasta su muerte en 1936, distinguiéndose por su obediencia, cortesía, buenas maneras, y espíritu de sacrificio.
El 23 de julio de 1936, Luis fue detenido, como sabemos ya, junto con toda la comunidad de la casa salesiana de Mohernando y, luego, el 2 de agosto, recluido en la cárcel de Guadalajara junto con el director, don Miguel Lasaga y otros cinco jóvenes salesianos compañeros suyos. El 6 de diciembre de 1936, sintiendo la inminencia del final de su vida, recibieron la absolución y, seguidamente, se recogieron en oración alrededor de su director hasta que los fusilaron en la misma cárcel.
   Francisco Míguez Fernández, S.D.B.   Nacimiento: Corvillón (Orense), 09-02-1887Profesión religiosa: Sevilla, 07-12-1907Ordenación sacerdotal: Espartinas (Sevilla), 24-08-1916Defunción: Málaga, 15-08-1936
Málaga -con Utrera- pioneras de la presencia salesiana en España. Después de unos meses de 1883 de actividad oratoriana, en situación precaria, hubo que esperar al año 1894 para el retorno de los salesianos a Málaga, por “la puerta trasera” del Oratorio festivo “San Enrique”. En 1897 se consolidó la fundación al poder establecerse de nuevo en las Escuelas de Artes y Oficios de San Bartolomé, «beneméritas por su asistencia en favor de los más pobres.»

En 1936 educaban un buen número de jóvenes, -casi 400 externos y 155 internos (115 estudiantes y 40 artesanos)-, a más de unos 500 oratorianos, atendidos en el tiempo libre. Componían la comunidad 14 salesianos, -7 sacerdotes, 5 coadjutores y 2 clérigos-, a los que se agregó en ese verano de 1936 el estudiante de teología Rafael Ureña, que, también encarcelado con los demás, plasmaría su testimonio excepcional en el opúsculo El furor marxista contra los salesianos de Málaga. De los 15 salesianos murieron mártires ocho, -5 sacerdotes y 3 coadjutores-, a los que hay que añadir el sacerdote don Vicente Reyes, también fusilado el 31 de agosto junto con el sacerdote Felix Paco y el coadjutor Tomás Alonso.

Don Francisco Míguez nació en el pueblo orensano de Corvillón. Sus padres, agricultores, como excelentes cristianos quisieron a su hijo Francisco de inmediato hijo de Dios bautizándolo al día siguiente de su nacimiento. Estudiados dos años de latín en el seminario de Orense, invitado por don Dionisio Ferro, el 2 de noviembre de 1905 ingresaba, como aspirante, -con más de 18 años-, en la casa de la Trinidad de Sevilla, donde al curso siguiente hacía el noviciado, que concluía con la profesión trienal (07-12-1907). Ahí mismo durante el quinquenio 1907-1913 estudia la filosofía y realiza el trienio de prácticas pedagógicas, para iniciar el curso 1913-1914 en el Teologado Nacional de El Campello (Alicante) los estudios teológicos, que concluirá en Sevilla-Trinidad el 24 de agosto de 1916 con la ordenación presbiteral en el Santuario de Nuestra Señora de Loreto, en Espartinas (Sevilla).

Continúa en la Trinidad por un bienio como consejero y encargado del oratorio festivo, prosiguiendo por otro bienio (1919-1921) su labor salesiana como catequista en Écija. Y desde 1921 ya no saldrá de Málaga: dos años consejero y encargado del oratorio festivo, uno de catequista, y a partir de 1924 sólo consta en el elenco como confesor, aunque seguía siendo encargado de las Escuelas Externas y del Oratorio festivo.

Rasgos de su personalidad

La semblanza biográfica recogida en el Summarium lo muestra: «Religioso bueno y observante…, dejó una fama extraordinaria por su trabajo y su celo en bien de los muchachos, siendo bien visto por todo el pueblo… Trabajador incansable, preocupado únicamente por el bien de los alumnos, era conocido en toda Málaga por su incondicional consagración al apostolado… ”¡Todo por y para los niños!”, era su consigna, renunciando a veces a su propia ropa y calzado y a cuanto recibía para distribuirlo como premios…

Hombre serio en el cumplimiento de su deber…, tenía tal dominio sobre los niños que su sola presencia los electrizaba. Difícil de entender en sus conversaciones, los chicos lo comprendían admirablemente.» Causaban impresión «los éxitos pedagógicos que obtenía con chicos poco preparados, hasta dejar admirados a un general y a un canónigo que asistieron a un certamen escolar.

Había organizado un oratorio festivo modelo, al que también iban adultos, que participaban después en las funciones de iglesia… Trabajó mucho por los antiguos alumnos en Sevilla y Málaga: los amaba de verdad. Si se hallaban en necesidad, acudían a él, seguros de recibir ayuda; hacía todo lo posible para satisfacer los ruegos de la gente humilde… Con gran entusiasmo preparaba cada año la fiesta de María Auxiliadora, a la que profesaba filial devoción.» Este Oratorio festivo malagueño, -hoy Asociación Juvenil-, lleva el nombre de “Francisco Míguez”, que así prosigue su misión oratoriana.

Encarcelamiento y martirio

El 18 de julio de 1936, el alzamiento militar que el general Franco ha iniciado el día anterior en Canarias y norte de África, se extiende a toda Andalucía, pero con diferente suerte: en Sevilla, Córdoba, Cádiz y Granada acaba triunfando; en Huelva, Almería, Jaén y Málaga fracasa. En Málaga, al no aparecer las tropas de Melilla, en la madrugada del 19 las milicias sublevadas se retiran, provocándose de inmediato desórdenes con asalto e incendios de algunos edificios. El 20 la situación parece algo más tranquila, si bien el 21 todavía hay incidentes y prosiguen los incendios; el día 22 fracasa el alzamiento militar… Málaga recupera la calma, pero… una calma aparente…

Hasta el día 21, con más o menos sobresaltos, en casa se había observado el horario acostumbrado, atendiendo a los 40 huérfanos que no habían sido retirados por sus familias. «Son las seis menos cuarto de la mañana… Se oyó un disparo de fusil junto a la sacristía y una voz que grita: “De aquí han volado. Los curas se han tirado por las ventanas”. Era la señal convenida para su plan de asaltar el edificio… Siguió un intenso tiroteo. Superiores y niños nos reunimos en el centro de la escalera principal, bajo el cuadro de María Auxiliadora. Rezamos… Balas en todas direcciones…» Asaltaron la casa y los salesianos, conducidos como prisioneros al cercano cuartel de Capuchinos, creyeron que allí mismo alcanzarían la palma del martirio al tenerlos por un cierto tiempo colocados en fila «en el patio del cuartel, donde hubo un segundo intento de fusilamiento… Por fin, ante los ruegos y amenazas de algunos de la tropa desistieron de sus propósitos y nos condujeron al calabozo… en una pequeña celda, proporcionándoles escasa y mala comida… Pronto vimos desfilar hacia el primer sótano un buen número de sacerdotes… Eran los del seminario con algunos seminaristas, detenidos mientras hacían Ejercicios Espirituales.»

El día 22, a las doce, «en dos camiones y escoltados por gente armada», son conducidos al Gobierno Civil y el Gobernador, reconociendo su inculpabilidad, los envía a la prisión provincial. Son «los primeros detenidos que, por causa del Movimiento, pasan sus umbrales… Esta será nuestra morada por largo tiempo», junto a sacerdotes y seminaristas, a un jesuita, y «días después llegará la comunidad franciscana de Coín y diariamente irán llegando nuevos sacerdotes de Málaga y su provincia. Aquel dormitorio quedará bautizado con el nombre de “la brigada de los curas”.»

El 23, a mediodía, el Gobernador ordena «que los hombres del Seminario y de San Bartolomé… pueden marchar poco a poco y al punto empezaron a salir, tomando caminos y direcciones distintas.» Don Francisco, junto a don Manuel Fernández Ferro, «aunque la turba los esperara fuera para fusilarlos, logró huir. Consiguió hacerse con un salvoconducto que lo libraría de la furia miliciana en más de una ocasión. No hallando un lugar seguro donde alojarse, se refugió en el hotel “Imperio”, cuyo propietario, don Francisco Cabello, ferviente católico, fue más tarde fusilado por su rectitud y haber hospedado a otros sacerdotes y religiosos.»
Don Francisco salía con frecuencia del hotel y, estando bien organizado el espionaje de los milicianos, pronto descubrieron su morada y mucho más cuando uno de los empleados del hotel prodigaba informaciones sobre los hospedados. No obstante, vivió sin ser molestado hasta el 15 de agosto, día en el que, con el pretexto de una inspección general, una patrulla se presentó en el hotel. Preguntan por don Francisco y éste –según confesión de un testigo ocular- se presentó tranquilo, «con presencia de ánimo sobrehumana. Su captura fue de tanta alegría para la patrulla, que se olvidó de hacer el registro al hotel… La misma tarde lo fusilaron en el lugar conocido por “Camino de Suárez”, y como seguía aún con vida, rodearon su cuerpo de chumberas secas y hojarascas, prendiéndole fuego mientras algunos lo hacían objeto de horribles profanaciones… La noticia sensacional que corría la mañana del 16 por los círculos marxistas era: “El fiambre de hoy es don Francisco Míguez”.»


Los restos del heroico salesiano, según consta en el cuaderno de notas del custodio, fueron llevados al cementerio de San Rafael y posteriormente, con los restos de las otras víctimas del marxismo, a la iglesia catedral. Es unánime el juicio de los testigos: «Todo el barrio de Capuchinos, incluso los mismos izquierdistas, lamentaban la muerte de don Francisco diciendo: “Han matado al padre de los pobres”… Da la impresión de que era el más buscado, por ser el más popular a causa de su beneficencia.»

 

 

Antonio Mohedano Larriva, S.D.B. Nacimiento: Córdoba, 14-09-1894Profesión religiosa: San José del Valle (Cádiz), 21-09-1914Ordenación sacerdotal: Málaga, 07-03-1925Defunción: Ronda (Málaga), 03-08-1936
Don Antonio Mohedano era, al recibir el martirio, el director de las Escuelas salesianas de Santa Teresa de Ronda y, sin duda, la preocupación paterna por los miembros de la comunidad le hizo ingeniarse -con riesgo constante- para salvarlos. Sería el último de los salesianos “rondeños” en ofrendar su vida por Cristo.

Nacido en Córdoba, «de familia desahogada, de buenas costumbres y con seis hijos, tras algún año en un colegio del Estado, desde 1904 Antonio frecuentó las escuelas salesianas de la ciudad, distinguiéndose por su diligencia y conducta. De carácter enérgico y bondadoso, allí germinó la vocación salesiana, siendo a sus quince años admitido en el aspirantado de Écija.» Su curriculum es el más lineal de los biografiados. Tras los cuatro años ecijanos, entró en el noviciado de San José del Valle, que cierra el 21 de septiembre de 1914 con la profesión de los votos trienales y a continuación el bienio de filosofía. En la casa de la Trinidad-Sevilla hace el trienio (1916-1919) de prácticas pedagógicas, siendo, -en sentir de un testigo-, «asistente modelo y trabajador incansable, tanto que se resintió su salud.»

Y «enfermo convaleciente y maestro insustituible, -prosigue el mismo testigo-, en 1919 pasó a Ronda (Santa Teresa), donde estudió la teología, recibiendo en Málaga el presbiterado el 7 de marzo 1925 de manos de Mons. Manuel González… “Su” amado colegio de Santa Teresa cosechó desde los primeros hasta los últimos frutos de su sacerdocio, como catequista por ocho años (1925-1933) y como director desde 1933 hasta su muerte en 1936.»

Rasgos de su personalidad
 Ronda los vivió, los disfrutó y los radiografió en la voz de varios testigos: Don Antonio «gozaba de óptima fama y mucha popularidad en la ciudad… Era de carácter sencillo y alegre, por lo que resultaba agradable su trato, tanto a los hermanos como a los alumnos… Hombre de una sencillez de niño, sin maldad alguna…, era piadoso, humilde, caritativo y paciente con todos; amante de la asistencia y apóstol abnegado de la adolescencia»… «Siempre atento a sus obligaciones de religioso y a los niños para educarlos bien…»
«Incansable en el trabajo, consagró su vida a los niños pobres, hijos de obreros. ¡Cuántas generaciones de obreros de Ronda pasaron por sus manos! Porque los amaba, tenía siempre el colegio abierto… y como fiel ángel custodio, nunca dejaba de estar con ellos.»… «Siempre tuvo, aún cuando era director, la clase cuarta. Tenía muchos nervios y, cuando se enfadaba con alguno, se desahogaba dando un bonetazo contra la mesa, para no tener que pegar al niño… Entregado a los niños, a los alumnos… las más de las veces hasta la hora de la cena, antes de acabar ya estaban esperándolo para ensayar el teatro, que preparaba con exquisito gusto…»

«Tenía fama de ser muy bueno no sólo con los niños sino con todos… A los que le aconsejábamos que abandonase el colegio al menos para dormir, don Antonio se acogía a la voluntad de Dios, repitiendo que no abandonaría la casa… El sentir común fue de haber asesinado a un santo.»

Camino del martirio

Queda dicho que en la primera semana de la guerra civil, con los comunistas “dominando a sus anchas” la ciudad de Ronda, las Escuelas de Santa Teresa siguieron su vida más o menos “normal”. Todavía el 25 de julio de 1936, festividad de Santiago, el director, don Antonio, «tuvo el consuelo de celebrar la Santa Misa… El día 26, domingo.., los salesianos, empezando por el director, no han querido abandonar el colegio… “Yo no me muevo del colegio”», había contestado al antiguo alumno Cristóbal Mairena que les ofrecía la casa de su madre…

«El lunes, 27, se presentan los milicianos para inspeccionar las Escuelas… Uno de ellos, antiguo alumno, pregunta: -¿Quién es don Antonio Mohedano? -¡Soy yo! -¡Sí, sí, eres tú! -¿Y tú eres un antiguo alumno? -Sí, pero esto es una cosa pasada… Tras encerrar a los salesianos, empieza el registro minucioso, el saqueo…» Como hemos visto, rumbo hacia su martirio inmediato, los milicianos se llevan a la pensión Progreso a los tres salesianos, -don Pablo Caballero, el subdiácono Honorio Hernández y el clérigo Juan Luis Hernández -, mientras, «don Antonio se escondió tras una puerta y, sabiendo que los milicianos volverían para llevarse a más sacerdotes…, se refugió sucesivamente en una casita junto al huerto de las Escuelas, en el hogar de un antiguo alumno, en la pensión Progreso y, tras el martirio de sus tres súbditos, lo recibía generosamente en su casa la caritativa doña Ana Cabrera, adonde irían a buscarle el 2 de agosto…

Se hallaba en el último piso. Cuando los rojos se acercaban a su escondite, salió a su encuentro. Inútil disimular su personalidad… Fue reconocido por varios: -“Yo te he dado clase”, dijo al primero que fue a prenderlo. –“Esto ya pasó”, contestó desagradecido. –“¡Oh! Si estuvieran aquí mis alumnos”, repetía don Antonio mientras le ataban las muñecas con alambres fuertes y cortantes. –“Yo soy uno de ellos”, replicó el que lo ataba, -“¿Y qué?”… El mismo testigo recuerda haberlo visto pasar por la calle Armiñán, rodeado por ocho o diez que lo insultaban; uno de ellos era antiguo alumno. Llevaba las manos atrás, atadas con alambre que le hacía sangrar. Él no respondía… Iba muy tranquilo, dueño de sus actos y despidiéndose de los conocidos que encontraba al pasar…»

Aunque lo vieron tantos testigos por la calle, sólo uno vio -y testimonió- que «el día 3 a las cuatro de la mañana lo asesinaron a las puertas del cementerio», siendo sepultado «en una fosa común junto al cementerio de San Lorenzo… pero fuera del lugar bendecido. Más tarde, esta fosa sería incluida en el cementerio…
«Según Diego Suárez, empleado del Ayuntamiento, corrió esta voz: “¡Hay que ver la fortaleza de ánimo que tenía aquel hombre!…” Hasta los mismos autores reconocieron la enormidad de su crimen, al contarlo unas horas después: ¡Qué brutos hemos sido!… ¡Hemos matado nada menos que a don Antonio… a quien debíamos tantos favores!
Así don Antonio recibió la doble corona del trabajo y del martirio. 
   José Villanova Tormo, S.D.B. Nació el 20 de enero de 1902 en Turís, Valencia. Con siete años, entró en el colegio salesiano de la capital valenciana. De allí pasó al aspirantado de El Campello. Hizo el noviciado en Carabanchel Alto, donde profesó como salesiano en 1920. El presbiterado lo recibió en Madrid en 1929.
Su ministerio sacerdotal lo ejerció en el colegio de Salamanca hasta que, en 1933, fue destinado al colegio San Miguel Arcángel del madrileño Paseo de Extremadura. Si bien don José era buen predicador, su apostolado lo ejerció, sobre todo, en la docencia; en él encontraron los alumnos un buen profesor y un excelente consejero escolástico. Sabía exigir con suavidad. Supo también inculcarles la devoción a la Virgen.

Al arreciar la persecución era consejero escolástico en el colegio madrileño. Se ignora dónde fue cuando se marchó de allí el 19 de julio. Una familia conocida –la familia Merlín- que residía en la calle Fuentes, 5, le acogió desde principios de agosto hasta el 29 de septiembre de 1936, fecha de su martirio, distinguiéndose por su ejemplaridad, su oración y su serenidad en no esconder su condición sacerdotal. En la mañana del día 29, dos milicianos, armados, pertenecientes a la brigada de García Atadell, subieron hasta el piso y se lo llevaron detenido. Al día siguiente, su cadáver apareció en las afueras de Madrid. Los detenidos por dicha brigada eran conducidos a una checa instalada en un hotel de la calle Martínez de la Rosa, 1. Una vez juzgados, los condenados a muerte eran llevados en automóviles por los propios agentes de la brigada a la Ciudad Universitaria y otros lugares a las afueras de Madrid, donde eran asesinados. Así debió ocurrir con don José Villanova. Su nombre figura en la lista de fusilados por la citada brigada. 
   Miguel Molina de la Torre, S.D.B. Nacimiento: Montilla (Córdoba), 17-05-1887Profesión religiosa: Sevilla, 28-09-1906 Ordenación sacerdotal: Jerez de la Frontera (Cádiz), 20-09-1913Defunción: Ronda (Málaga), 28-07-1936
Don Miguel Molina era el vicario-administrador del colegio del Sagrado Corazón, siempre en Ronda, y por ello, «el más conocido.» La turba arrasa todo… «En la capilla ha forzado el sagrario, desparramado las formas y destrozado la imagen del Sagrado Corazón… Y -según testimonia el estudiante de teología Manuel M.ª Martín, [que pasaba allí las vacaciones]-, el P. Molina no salía de este estribillo: “¡Pobrecitos, hay que perdonarlos!”… Para que declarara contra él, fue atado a una encina y apaleado el cocinero que, sin embargo, declaró que no tenía nada contra él; que los salesianos eran muy buenos.»

Don Miguel nace en la “salesianísima” ciudad cordobesa de Montilla, de una humilde y cristiana familia artesana. A sus doce años era inscrito «como primer alumno» en la recién fundada casa salesiana (1899). Inicia los estudios, «pero habiéndole el Señor concedido el don de la vocación sacerdotal y salesiana, entra, como aspirante, en la casa de Sevilla-Stma. Trinidad» y prosigue en Carabanchel Alto (17-10-1904), donde al año siguiente inicia el noviciado, que corona el 28 de septiembre de 1906 con la profesión religiosa en Sevilla, en donde por dos años alterna el estudio de la filosofía con la enseñanza.

En Utrera transcurrirá del 1908 al 1917: el primer quinquenio alternando las prácticas pedagógicas con los estudios de teología, -culminados con la ordenación sacerdotal el 20 de septiembre de 1913 en Jerez de la Frontera-, y el siguiente trienio, donando las primicias de su ministerio sacerdotal, como consejero escolar, que repite por otros dos años en Córdoba. Ejerció con éxito el cargo de prefecto-administrador en Ronda-Sagrado Corazón (1919-1927) y en Sevilla-Trinidad (1927-1930), para, tras volver a Córdoba como catequista, recalar definitivamente en Ronda «como prefecto desde 1933 a 1936, año en que lo sorprende la persecución.»

Rasgos de su personalidad

La comunidad de Utrera lo admitía al orden del subdiaconado por ver en don Miguel «excelente espíritu religioso, aplicación y notable disposición al estudio. Obediente y humilde, desempeña con gran celo sus ocupaciones.» Traducidas así en la Positio: «Nuestro don Miguel se distinguió siempre por su gran corazón y por sus extraordinarias dotes que supo poner al servicio de su misión de educador y maestro. Era un elocuente orador, licenciado en Filosofía y Letras… Era el prototipo de la hidalguía, y alentaba a los hermanos más jóvenes en el desempeño de sus actuaciones», confiesa en el proceso un testigo salesiano, y corrobora un antiguo alumno: «Tanto aquí [en Ronda] como en Utrera tenía reputación entre los alumnos de ser muy bueno, muy amable, un profesor competente que no se enfadaba con los alumnos, aunque era justo… Dejó fama de bondad refinada…»

El martirio

Los dos colegios salesianos de Ronda «fueron los últimos centros religiosos atacados por los comunistas.» Recordamos que el día 21 de julio un grupo de milicianos armados practicaban un registro en el colegio del Sagrado Corazón, buscando «durante tres horas… infructuosamente por todos los rincones de la casa las armas, que creen que poseen los salesianos en gran cantidad.

«El 23 se repite la escena, pero esta vez con las turbas enardecidas… Los PP. Torrero y Molina son encerrados y amenazados para que revelen el escondite de las armas… Al P. Miguel Molina, el más conocido, puesto en el patio de cara al muro, atentaron contra su vida. Él confesaría más tarde que hizo “varias veces el acto de contrición”… Robos…, devastación…, vandalismo… Al fin, dejaron por entonces en paz a los religiosos.

Al día siguiente, 24, de madrugada tornaron los milicianos dispuestos a consumar el delito premeditado. Encerraron a los salesianos en la pequeña estancia del portero y allí algunos se confesaron. Hacia el mediodía les comunicaron que debían abandonar el colegio. En pocos momentos tomaron algo de ropa y descendieron al comedor escoltados por los milicianos que les amenazaban e insultaban: “Ahora, en lugar de tantos Pater noster, gritad con nosotros: ¡Viva el comunismo libertador”.
Don Miguel… no podía dominar la emoción, especialmente en el momento de la despedida, mientras se abrazaban y se decían el uno al otro: “¡Ánimo! Don Bosco nos espera. ¡Hasta el cielo!”… Imposible contener las lágrimas al abandonar el amado colegio para encaminarse a la pensión “Progreso”, cuyo dueño, empleado municipal y padre del testigo Juan Vellido, era muy conocido y relacionado con el colegio. A la mañana siguiente le llegó la noticia de la muerte del Padre Director y del Padre Confesor, -don Torrero y don Canut- protomártires de Ronda…
Don Miguel permaneció en la pensión hasta la noche del 27 al 28 de julio… A primeras horas de la mañana del martes 28, un piquete de milicianos se lo llevó junto con otros tres salesianos [de la otra casa, que a continuación serán anotados]… Cuando los metieron en el famoso vehículo, que por su función el pueblo llamaba “el Drácula”, don Miguel Molina susurró: “¡Jesús mío, ten piedad de mi!… No pasaron por ningún comité… Atados de dos en dos, acabaron junto a las tapias del cementerio. Seguramente, tras abrazarse y animarse al supremo sacrificio y perdonar a los verdugos, recibirían la descarga mortal.»

Sus restos mortales fueron sepultados en la fosa común del cementerio… El ingeniero químico Manuel Ortega «recogió el rumor de que don Miguel había muerto con fortaleza cristiana y por el único motivo de que: “Quien era sacerdote estaba sentenciado”. Y el testigo sigue hablando de su fama de santidad, que crece en el pueblo y en el mismo testigo, antes republicano de izquierda y concejal del Ayuntamiento…» 
   Dionisio Ullívarri Barajuán, S.D.B. Nació el día 9 de octubre de 1880 en Vitoria-Gasteiz (Álava). Huérfano a los pocos años, entró en el colegio salesiano de Sarriá-Barcelona en 1894, donde aprendió el oficio de encuadernador. Pasados dos años, inició allí mismo el noviciado, profesando como salesiano en San Vicenç dels Horts (Barcelona) en 1901. La profesión perpetua la realizó tres años después en Sarriá, casa que desde 1894 será la suya hasta 1916. Durante estos años su principal actividad estuvo centrada en la administración. Colaboraba, además, en la banda, en el canto y en el teatro.En 1916 fue destinado a Cuba, pero dos años después regresó a España, siendo enviado, para hacerse cargo del taller de encuadernación, a la madrileña casa de la Ronda de Atocha, donde residió hasta que, en 1933, le destinaron al colegio salesiano María Auxiliadora de Salamanca con el cargo de administrador laico, por exigencia de las leyes del Gobierno republicano. Y estando el 18 de julio de 1936 en Madrid, en el colegio San Miguel Arcángel del Paseo de Extremadura, por motivos de su cargo, le sorprendió la revolución y sufrió la muerte martirial. Durante sus 42 años de vida salesiana, don Dionisio se mostró siempre ejemplar e irreprensible en su piedad, puntualidad y amor a la Congregación. En su cargo de administrador fue cumplidor exacto del voto de pobreza. Su gran celo por la salvación de la juventud le llevaba a dedicarse plenamente a los antiguos alumnos.


Como se ha narrado ya, don Dionisio Ullívarri acompañaba a don Germán Martín el domingo 30 de agosto, día que ambos fueron detenidos en el domicilio de la familia Serrano. De allí los condujeron, primero, a la checa de Fomento y, luego, al cementerio de Aravaca, Madrid, donde, el mismo día 30, de madrugada, los fusilaron. 
   Félix Paco Escartín, S.D.B. Nacimiento: Adahuesca (Huesca), 21-02-1867Profesión religiosa: Sarriá-Barcelona, 01-02-1894Ordenación sacerdotal: Sevilla, 23-12-1899Defunción: Málaga, 31-08-1936
A los 68 años –de los de entonces- era el “abuelo” de la comunidad malagueña y el asiduo confesor, cuando estalló la guerra civil, que haría que su entregada y fecunda vida, con el martirio colmara su ser de “sacerdote, víctima y altar”.

Don Félix había nacido en el pueblo de Adahuesca, provincia de Huesca y diócesis de Lérida. En el margen de la partida de bautismo, recibido el mismo día del nacimiento (21-2-1867), hay dibujado un bonete con esta inscripción: «Salesiano.» A los 25 años, cumplido el servicio militar, ingresaba en la casa de Sarriá-Barcelona, donde, diez meses después (8-12-1892) iniciaba el noviciado, que culminó con la profesión perpetua el 1 de febrero de 1894. Dada su edad, siempre en Sarriá, simultaneó el estudio de la filosofía con las prácticas pedagógicas, pasando, en 1895, a Utrera para estudiar la teología, coronada el 23 de diciembre de 1899 con el presbiterado. En sus 36 años de ministerio sacerdotal experimentó numerosos cambios de casa, -en Écija, Utrera, Ronda (Santa Teresa), en Montilla (por dos veces), en Sevilla-Trinidad (por tres); en Valencia, en Barcelona-Rocafort, en Baracaldo, en Cádiz, en Carmona (por dos); en Alcalá de Guadaíra, S. Benito de Calatrava-Sevilla-, desempeñando desde el cargo de prefecto, catequista, hasta los más frecuentes: de consejero y, sobre todo, confesor. Las breves estancias en la casa de Málaga las escalonó: año 1907 como prefecto, año 1913 como confesor, misión que al aterrizar por tercera vez en 1935, ejercerá hasta “confesar a Cristo con su vida”.

Rasgos de su personalidad

«Aragonés bien templado y patriota hasta los huesos, era fuerte como un roble…, religioso ejemplar, alegre, trabajador, piadoso; los niños pobres lo atraían hasta el extremo.» «Todas estas casas vieron sus virtudes y el trabajo callado e ininterrumpido de su fecunda existencia. Fue siempre el salesiano y el sacerdote que con su humildad, bondad y carácter afable supo ganarse la benevolencia de los alumnos y de cuantos trataba. Se prodigó muchos años en el confesionario para bien de las almas, siendo un celoso propagador de las devociones salesianas.»

Encarcelamiento y martirio

Don Félix no llevaba aún un curso en las Escuelas Profesionales de Málaga, cuando el 18 de julio de 1936 estalló la guerra civil. A sus 68 años era el director espiritual de la casa. La comunidad, en continuos sobresaltos, se vio invadida y después arrojada del colegio el 21 de julio 1936. Don Félix, con los demás salesianos, fue conducido al cercano cuartel de los Capuchinos. «Allí el buen Padre continuó siendo el consolador de sus hermanos… animándolos con la esperanza del cielo no lejano y dando una vez más la absolución a sus amados penitentes.»A la mañana siguiente fueron conducidos a presencia del Gobernador Civil, quien, aún reconociendo su inocencia, dio órdenes de llevarlos a la Prisión Provincial con la promesa de ponerlos pronto en libertad, como aconteció con alguno. Formaron parte del dormitorio, Quinta Brigada, -conocida como “la brigada de los curas”-, cada día más repleta de nuevos inquilinos. «Don Félix permanecería en ella hasta la noche del 30 al 31 de agosto. Mientras fue posible, en la “Quinta Brigada” se hicieron en común los deberes religiosos y don Félix estuvo siempre dispuesto a prestar su ministerio sacerdotal a cuantos lo requirieron.

«El 22 de agosto empezó el más duro de calvario. A las once la aviación nacional bombardeó la capital. Pasada una hora, se nos mandó formar y subir a las brigadas o dormitorios…, que se vieron invadidas de milicianos y guardias de asalto, que condujeron al suplicio a unos cincuenta. Desde el dormitorio, donde seguíamos rezando, oímos las descargas cerradas y los tiros sueltos, y con los ojos de la fe veíamos subir sus almas al cielo… Al atardecer del 30 de agosto los nacionales volvieron a bombardear la ciudad y las turbas, furiosas, invadieron la cárcel en la madrugada del 31. La meta preferida fue la “brigada de los curas”. En el elenco de esta horrible “saca” don Felix ocupaba el número 55. El testigo ocular, don Rafael Ureña, cronista de todo el relatos: «… Lo vi [a las tres de la madrugada] cuando salían para ser fusilados: su rostro estaba sereno. Poco después escuchamos, en la misma prisión, los disparos de la ejecución, realizada en una localidad cercana, llamada “Camino de la Pellejera”.» Sus restos mortales, sepultados en la “fosa especial” del cementerio de San Rafael, hoy reposan -con los demás asesinados- en la Catedral.

 

 

 

Antonio Pancorbo López, S.D.B. Nacimiento: Málaga, 10-10-1896 Profesión religiosa: Utrera (Sevilla), 11-08-1917 Ordenación sacerdotal: Cádiz, 07-03-1925 Defunción: Málaga, 24-09-1936
Málaga fue su luz y su cruz, su dies natalis para la tierra y para el cielo… Málaga le dio la vida, que se eternizó aureolada con corona de martirio.
Malagueño de nacimiento, muy pronto frecuentó el Oratorio festivo y las Escuelas salesianas de la ciudad, brotando su vocación bajo la mirada materna de la Virgen Auxiliadora y la entrega abnegada y cariñosa de los salesianos. Y, ya aspirante, cumplidos los 14 años, estudió humanidades en Écija de 1910 a 1914, marchando en agosto de este año a San José del Valle para iniciar el noviciado, que prosigue en Alcalá de Guadaíra, donde permanece hasta 1920. Aprovechará los Ejercicios Espirituales de verano, tenidos en Utrera, para hacer la primera profesión el 11 de agosto de 1917. Destinado a Cádiz, se entrega durante el quinquenio 1920-1925 a las prácticas pedagógicas y al estudio de la teología, siendo ordenado presbítero en la misma Cádiz el 7 de marzo de 1925.
Don Antonio desplegó su apostolado sacerdotal durante dos años en Utrera; por un sexenio (1927-1933) en Las Palmas de Gran Canarias, para pasar a “su Málaga del alma”, a ejercer los mismos cargos que en Las Palmas, es decir, el de consejero escolar y el de catequista, -o coordinador de pastoral-, desde 1934 hasta su muerte martirial…

Rasgos de su personalidad

Una semblanza mecanografiada lo define como «el sacerdote y el educador humilde, laborioso, apasionado por el éxito de sus educandos, que puso siempre al servicio de su misión todo su preclaro ingenio y su carácter optimista.» Desde aspirante «era alegre, juguetón, alma de los patios. Junto a él se quitaban las penas. Era piadoso y ejemplar entre nosotros… Era servicial y perdonaba con generosidad las pequeñas molestias… Daba las clases con entusiasmo y sus alumnos lo apreciaban.»

En sentir de don Antonio Espinosa, su director en Las Palmas, había nacido para «catequista…; era mi brazo derecho. Llevaba admirablemente el cargo en su parte espiritual y de disciplina, pues también actuaba de consejero. Cuidaba con una caridad exquisita a los enfermos… Era un gran maestro de escena… Exacto en sus prácticas de piedad…, predicaba con soltura la palabra de Dios: para lo que siempre estaba dispuesto. Repudiaba los cargos, y el P. Inspector por fin quiso complacerlo, trasladándolo a Málaga, donde trabajaría en el mismo cargo [de coordinador de pastoral]… Hizo suya la máxima de Don Bosco: “Servid al Señor con alegría. Siempre alegres, contentos, sonrientes.»

Encarcelamiento y martirio

La revolución del 18 de julio del 36 sorprendió a don Antonio, como catequista, en “sus” Escuelas de Artes y Oficios de Málaga. El 19, domingo, ante el mal cariz que tomaban los acontecimientos, testifica su sobrino José Pancorbo, -alumno interno en las Escuelas-, y al que su padre fue a recoger, ofreciendo a don Antonio, su hermano, la casa con la seguridad de que aquel mismo día zarparían en un barco inglés, rumbo a Gibraltar. Pero don Antonio le respondió que deseaba compartir la suerte de sus hermanos en religión.

El via crucis de don Antonio, en compañía fraterna con todos los demás salesianos, comenzó la mañana del 21 de julio, con el asalto vandálico al colegio. La comunidad, contra la pared del patio, esperaba de un momento a otro una descarga de fusil, aunque, a poco, deciden recluirla en la improvisada cárcel del cercano cuartel de Capuchinos. Al mediodía del 22, los salesianos son conducidos, en camiones de los Guardias de Asalto para defenderlos de la enfurecida plebe, al Gobierno civil, donde el Gobernador, aún reconociendo su inocencia, dio la orden de conducirlos a la Prisión Provincial y recluidos en la “Brigada n.º 5”, la conocida “Brigada de los curas”, por el creciente número de sacerdotes y religiosos incorporados.

«En la prisión los días pasaban lentos y fatigosos, aliviados únicamente por el espíritu de caridad y de fortaleza cristiana que reinaba entre aquellos encarcelados inocentes.» El 30 de agosto fue una jornada de dolor y de sangre: tras el bombardeo de la ciudad, durante la noche el pueblo quiso vengarse con nuevos fusilamientos. «Don Antonio había sido señalado como una de las víctimas; un miliciano quiso arrancarle la medalla de la Virgen que pendía de su cuello. “Si me habéis de matar lo mismo, dejadme que muera con la medalla”, protestó enérgicamente. No obstante se la arrancaron violentamente, arrojándola al suelo, de donde la recogió otro salesiano, que la devolvió a don Antonio. Éste la besó con ternura y la colocó… sobre su pecho.»

Don Antonio pudo una vez más escapar a la muerte, merced a una jocosa circunstancia. Llevaba unos pantalones, que al policía parecieron muy cortos para salir de la cárcel, por lo que le ordenó que se los cambiara. En el ínterin, el cupo de víctimas -unas sesenta- se había cerrado, quedando descartado aquella madrugada del 31 de agosto.

La Virgen le esperaba el 24 de septiembre, fiesta de la Merced. La “saca” de aquella tarde lo incluyó con el número 211, como compañero de martirio del director del colegio y otros dos salesianos coadjutores. Todos fueron asesinados junto a la tapia del cementerio de San Rafael, donde recibieron sepultura.


Más tarde, sus restos fueron inhumados, junto a los de sus hermanos, también víctimas del marxismo-, en la catedral de Málaga, una vez identificados por el salesiano Joaquín Sierra. 

   Florencio Rodríguez Guemes, S.D.B. Nació en Quintanarruz, Burgos, el día 7 de noviembre de 1915. Desde niño se distinguió por la obediencia y asiduidad a las celebraciones de su parroquia, ayudando al párroco como monaguillo. Después de haber hecho el aspirantado en los colegios salesianos de Santander y del Paseo de Extremadura y Sagrado Corazón, en Madrid y Carabanchel Alto respectivamente, y el noviciado en Mohernando (Guadalajara), profesó como salesiano en 1935. Terminado el primer curso de filosofía, le sorprendió, en el mismo Mohernando, la revolución y la consiguiente persecución religiosa que le llevó al martirio.
Cuantos le conocieron y trataron dicen de Florencio que era de carácter impetuoso, muy fervoroso y decidido a afrontar los mayores peligros. En el momento de su muerte se encontraba muy preparado y fortalecido interiormente por medio de los ejercicios espirituales que, del 14 al 23 de julio de 1936, él también había realizado en Mohernando con los habitantes de la casa, con algunos salesianos de otras casas de la Inspectoría y con 30 nuevos novicios.

Florencio parece que participó de las mismas vicisitudes de la comunidad salesiana de Mohernando, desde el comienzo de la persecución hasta el 2 de agosto. Este día, tanto él como su director, don Miguel Lasaga y cinco compañeros más: Pascual de Castro, Juan Larragueta, Luis Martínez, Heliodoro Ramos y Esteban Vázquez, fueron detenidos y llevados a la cárcel de Guadalajara. El “motivo” dado para detener a los seis jóvenes salesianos fue que no se habían incorporado a filas el día anterior, 1 de agosto, pero lo cierto es que, aunque estaban inscritos en caja, no habían recibido citación alguna para incorporarse como mozos de reemplazo. Los seis jóvenes y su director permanecieron presos en la cárcel de Guadalajara hasta que los fusilaron el 6 de diciembre. 
   Carmelo Juan Pérez Rodríguez, S.D.B.     Había pasado en Carabanchel Alto todos los años de su vida salesiana, desde que, como novicio, entró en 1926, hasta que, en 1933, dejó la casa para ir a cursar la teología en Turín. Cuando, en julio de 1936, se produjo el alzamiento militar, hacía pocos días que había regresado de Turín a Carabanchel Alto, recién acabado el tercer curso de teología.
Don Carmelo nació en Vimianzo, La Coruña, el 11 de febrero de 1908. Apenas cumplidos los diez años, entró en el colegio salesiano de Vigo. Hizo el noviciado en Carabanchel Alto, donde profesó como salesiano en 1927.

En 1933 iniciaba los estudios teológicos en el seminario internacional salesiano de la Crocetta-Turín. Allí recibió el orden del subdiaconado al acabar el tercer curso, el 5 de julio de 1936. Habiendo regresado a Carabanchel Alto para pasar las vacaciones de verano, a los 13 días de haber sido ordenado, comenzaría la guerra que le llevaría hasta el martirio.
Al verse sorprendido por los sucesos revolucionarios de julio, siguió la misma suerte de todos los salesianos de la casa de Carabanchel Alto, yendo finalmente, cuando salió de la Dirección General de Seguridad por segunda vez, a la pensión Nofuentes, situada en la calle Puebla, 17. De allí, reconocido como religioso, el día 1 de octubre de 1936, se lo llevaron definitivamente detenido junto con la dueña de la pensión, dos religiosas, las dos empleadas, los salesianos, don Pedro Artolozaga y don Manuel Borrajo, y los dos primos Mata. En el coche que les esperaba en el portal para el “paseíto” solamente subieron don Carmelo, Juan de Mata y su primo Higinio. Los más probable es que los tres fueran conducidos directamente a un lugar –desconocido- donde los fusilaron.    Heliodoro Ramos García, S.D.B. Nació en Monleras, Salamanca, el 29 de octubre de 1915. Tras pasar cuatro años con los Dominicos, pidió entrar en la Congregación Salesiana y fue recibido en el seminario de Carabanchel Alto. Pero, vistas sus dificultades en los estudios, los superiores le aconsejaron que se preparara para ingresar como coadjutor. De allí pasó al noviciado de Mohernando (Guadalajara) donde profesó el 23 de julio de 1936.
Antes de profesar, el 27 de enero de 1936, le escribió a su hermana una carta donde refleja muy bien la seriedad de su compromiso, tal como lo sentía unos diez meses antes del martirio. En un estilo reposado y reflexivo le habla de la importancia del año que está viviendo para el arranque en la virtud, el clima salesiano de familia, experimentado especialmente en las recientes fiestas de Navidad, su estima de la vocación de coadjutor, su aceptación serena de esta decisión de cambio por parte de los superiores y una exhortación a vivir intensamente la vida interior.El mismo día de la profesión, 23 de julio de 1936, la casa de Mohernando fue asaltada y ocupada por milicianos. El 2 de agosto, Heliodoro fue recluido junto con el director, don Miguel Lasaga, y cinco jóvenes profesos más, en la cárcel de Guadalajara, donde se preparó a la muerte, y con todos ellos, como ya se ha dicho, fue fusilado la noche del 6 de diciembre de 1936.

Además del director, don Pedro Lasaga y los cinco jóvenes salesianos a los que nos acabamos de referir, de la casa salesiana de Mohernando fueron también asesinados un coadjutor salesiano y un sacerdote novicio. A ellos nos referimos a continuación.

 

 Rafael Rodríguez Mesa, S.D.B. Nacimiento: Ronda (Málaga), 05-07-1913 Profesión religiosa: San José del Valle (Cádiz), 10-09-1933 Defunción: Málaga, 24-09-1936
A sus 23 años es el más joven de los salesianos martirizados en Andalucía. Natural de la bella ciudad malagueña de Ronda, al quedar huérfano de madre a los cuatro años, debió sacrificar los estudios primarios por tener que ocuparse del cuidado de la casa. En 1926, a sus trece años, con la ayuda de un tío sacerdote, ingresaba en el colegio salesiano de Málaga. «Allí, en sentir de una de sus hermanas, lo aprendió todo, desde leer y escribir, -pues faltando la madre y yendo a trabajar los mayores, tuvo que atender en casa a los hermanos menores»-, hasta el oficio de carpintero. «Por su conducta ejemplar fue admitido a la Compañía de San José, de la que pronto fue presidente. En aquel clima de piedad y de apostolado se desarrolló su vocación salesiana», alentada por el ejemplo y los consejos de su futuro compañero de martirio, don Esteban García, maestro de sastrería.  El 3 de septiembre de 1932 comenzaba el noviciado en San José del Valle, avalado con el juicio favorable del Consejo local de Málaga: «Conducta moral y escolástica óptima… Ha dado pruebas de bondad, piedad y excelente moralidad.» El 10 de septiembre de 1933 hacía la profesión hasta el servicio militar, continuando un año más en la misma casa de formación, «perfeccionándose en la vida religiosa y en su oficio de carpintero.» En agosto de 1934 es destinado a las Escuelas de Artes y Oficios de San Bartolomé (Málaga), «cuna de su vocación, para derrochar su apostolado con los artesanos carpinteros y en las tareas que la obediencia le encomendaba: siempre y doquier don Rafael fue de ejemplo y edificación para hermanos y alumnos.»

Rasgos de su personalidad

Han sido ya insinuados. «La vida de don Rafael fue un tejido de actos ordinarios, pero preciosos, porque iban enderezados al amor y gloria de Dios y salvación de las almas.» Estimulante el testimonio del salesiano coadjutor don Adolfo Inarejos, uno de los salesianos de la casa malagueña que se salvó en 1936 y que vivió la misma preocupación de la comunidad «por la llegada al mismo colegio, después de solo dos años, del alumno Rafael Rodríguez, convertido a sus 21 años en profesor: “Y ahora, ¿cómo te vas a hacer respetar?”, le preguntaban. El joven maestro-coadjutor respondía con serenidad: “Pues muy sencillo; me comportaré de tal manera, que con mi ejemplo, compostura y piedad tengan que decir: Éste es otro”. “Bien, hombre; que así sea”, dijimos dándole una palmadita en la espalda.»
Y marchó estupendamente: «con la fidelidad a sus humildes deberes diarios, consagrados a la gloria de Dios y al bien de los aprendices carpinteros, como asistente y auxiliar del maestro, fue de edificación para todos y creció su fortaleza para la última prueba.»
Encarcelamiento y martirio

Fue en los primeros meses de la guerra civil, julio-septiembre 1936, cuando con más claridad brilló la fortaleza de don Rafael. Él, al igual que don Antonio Pancorbo, podía haber escapado al asaltar el colegio, pues tenía en Málaga a su hermana Dolores, en cuya casa tenía hospedaje al seguro de cualquier pesquisa. Pero también prefirió compartir la suerte de su Comunidad y ni siquiera intentó salir del colegio.
Por tanto, el 21 de julio en el asalto al colegio y el traslado de la Comunidad a la improvisada cárcel del cuartel de Capuchinos, comenzó el martirio de don Rafael: «Lo traían entre dos como muerto, rostro y pecho bañados en sangre. Le habían dado un golpe de fusil partiéndole la nariz y el labio superior, por lo que había caído al suelo desvanecido.» Al día siguiente, tras el encuentro con el gobernador, los salesianos son conducidos a la Prisión Provincial, -en la “Brigada de los curas”-, siendo, en efecto, liberados -como hemos visto- algunos de ellos, pero don Rafael fue uno de los que permanecerá por dos largos meses, en los que «intensificaría su vida de piedad con lecturas, rezo del rosario, confesión… En la saca del 24 de septiembre le asignaron el número 219. Y en las cercanías del cementerio de San Rafael también don Rafael sellaba con su sangre una breve pero fecunda existencia, consagrada a la gloria de Dios y a la salvación de las almas, por medio de la enseñanza profesional y la educación religiosa impartida a los jóvenes obreros.» Sepultado en la “fosa general”, una de las cinco existentes en dicho cementerio, exhumados sus restos, reposan hoy en la cripta de la catedral malacitana.Pese a no ser liberada Málaga hasta el 8 de febrero de 1937, no hubo que lamentar más víctimas salesianas.  Enrique Saiz Aparicio, S.D.B.  Como ya se sabe, don Enrique Saiz Aparicio, es quien encabeza la lista de mártires salesianos de la antigua Inspectoría Céltica (actuales de Madrid, León y Bilbao). Quien encabeza también la lista general de los 63 mártires salesianos españoles de la Guerra civil (1936-1939) que ahora son beatificados, nació en Ubierna, Burgos, el 1 de diciembre de 1889. Primero estuvo como aspirante en la casa salesiana de Gerona y luego pasó a la de Sarriá, Barcelona, para hacer el noviciado. Allí profesó como salesiano en 1909. Fue ordenado presbítero en Salamanca en 1918.
Estrenó su sacerdocio en el colegio de la capital salmantina, donde fue consejero escolástico durante cuatro años y, después, catequista. De 1923 a 1925 estuvo destinado en Carabanchel Alto, con el cargo de consejero. Los años siguientes fue director del mismo Carabanchel, de la Casa inspectorial de Madrid-Atocha y, desde 1934, por segunda vez, de Carabanchel Alto de nuevo. Aquí se encontraba cuando, tras el alzamiento militar del 18 de julio, arreció la persecución religiosa.
Al salir por segunda vez de la Dirección General de Seguridad, donde, como se ha narrado más arriba, los salesianos que estaban refugiados en la pensión Loyola, habían sido llevados tras su detención, don Enrique parece ser que siguió todavía un tiempo más en la pensión Loyola, de la calle Montera, 10, hasta que pasó a la Vascoleonesa, de la calle Puebla, 17. En ésta se encontraban ya don Juan Codera y don Pablo Gracia, coadjutores, y el aspirante Tomás Gil. En la pensión Nofuentes, del mismo inmueble, estaban, por otro lado, refugiados el estudiante de teología Carmelo Pérez, y el aspirante Higinio de Mata, de la casa de Carabanchel, además de Juan de Mata Díez, primo del anterior, que trabajaba en la casa de Madrid-Atocha, y don Pedro Artolozaga, clérigo del colegio salesiano María Auxiliadora de Salamanca, que había sido destinado a Carabanchel Alto, donde, al acabarse el verano, empezaría los estudios teológicos.
Desde la pensión Vascoleonesa, don Enrique Saiz hacía de superior, procurando estar al tanto de cuando sucedía, dirigiendo, aconsejando y ayudando a los hermanos que le acompañaban o venían a visitarle.
Entre ellos se logró crear un extraordinario ambiente espiritual en pleno centro de Madrid. Todos sabían que su refugio era, con casi completa seguridad, una sala de espera para la muerte. Tres días antes de su prendimiento definitivo antes del martirio, don Enrique decía a una religiosa acogida también en la pensión Nofuentes: “Tenemos que prepararnos, pues nuestro martirio es certísimo”. Efectivamente. Detenido el día 2 de octubre por la mañana, le condujeron al convento de San Plácido, convertido en ateneo libertario. No se sabe dónde pasó el resto del día, aunque probablemente estuviera en la checa de Fomento. Allí habían sido llevados también algunos de los salesianos que estaban refugiados en la pensión Nofuentes, detenidos el día anterior. Uno de ellos, don Pedro Artolozaga, ya cadáver, llevaba puestos unos zapatos que pertenecían a don Enrique. Estuviera o no en Fomento, lo que sí se sabe es que, debido a su conocida condición de sacerdote, unos milicianos le dieron muerte el mismo día 2 de octubre por la noche, en el término municipal de Vallecas, actual calle Méndez Álvaro.  Antonio Rodríguez Blanco, Sac. Dioc.      Nacimiento: Pedroche (Córdoba), 26-03-1877Ordenación: Córdoba, 1901Defunción: Pozoblanco (Córdoba), 16-08-1936
Nació en Pedroche (Córdoba) el año 1877. Estudió Bachillerato en el Colegio salesiano de Utrera. Luego pasó al Seminario Diocesano de Córdoba. En 1901 se ordenó sacerdote. Al año siguiente obtuvo la Licenciatura en Teología por la Universidad Pontificia de Sevilla. Más tarde se licenció en Derecho civil por la Universidad de Granada. Sucesivamente fue profesor en el Seminario cordobés, cura ecónomo de Pedroche y arcipreste de Pozoblanco, honrándose siempre con el hecho de ser cooperador salesiano. El 16 de agosto de 1936 fue apresado por los republicanos, aun cuando habría podido huir. A los suyos les dijo: “Desde el cielo os podré ayudar más.” Pidió morir abrazado a la cruz situada en el centro del camposanto, mientras decías: “A vuestra disposición. Que Dios os perdone como yo os perdono”.
Antonio Torrero Luque, S.D.B. Nacimiento: Villafranca de Córdoba, 09-10-1888 Profesión religiosa: Utrera (Sevilla), 08-12-1907Ordenación sacerdotal: Jerez de la Frontera (Cádiz), 20-09-1913Defunción: Ronda, 24-07-1936
El proceso ordinario para la causa de los siervos de Dios de Andalucía, constituido en la diócesis de Sevilla en 1956, siempre estuvo encabezado por Antonio Torrero. Sin embargo, en 1985, a petición del entonces Postulador de los Salesianos, don Luis Fiora, fueron unificadas las causas de las Inspectorías de Sevilla y Madrid con el lema actual Enrique Saiz Aparicio y 62 Compañeros. Sin embargo al imprimir, en 1995, la Positio, «para facilitar la lectura» se ha preferido presentarlas por separado, de modo que el título de la de Sevilla reza así: Beatificationis seu declarationis martyrii servorum Dei ANTONII TORRERO et XX Sociorum e Societate Sancti Francisci Salesii (1936) – POSITIO SUPER MARTIRIO. Con esto, no pierde prestancia la figura de don Antonio, que ahora pasa a ocupar el lugar que le corresponde cronológicamente. Eso sí, encabezando la lista de los siete caídos en Ronda.

Nacido en el pintoresco pueblecito cordobés de Villafranca, la declaración jurada de su prima Concepción habla de «la posición humilde de su familia, -el padre era zapatero-…Vivaracho, alegre, nervioso, cariñoso, piadosísimo, fue educado en las escuelas nacionales.» «Asiduo a la iglesia, muy obediente en sus funciones de monaguillo, -en sentir de su párroco-, demostró fuerte inclinación al estado eclesiástico.»

Conocedor el párroco del espíritu salesiano, intuyó en Antonio «cualidades para ser un buen hijo de Don Bosco» y, gracias a su intercesión, en 1902, con trece años, entraba en la casa salesiana –recién abierta- de Córdoba. Pasó después como aspirante a Sevilla-Santísima Trinidad, destacando en los estudios de humanidades. En octubre de 1904 va a hacer el noviciado a Carabanchel Alto, concluido con la profesión religiosa el día de la Inmaculada de 1907 en Utrera, donde durante el sexenio 1907-1913 simultanea el ejercicio educativo-pastoral con los estudios de Teología, coronados con la ordenación presbiteral el 20 de septiembre de 1913.

Ejercitó su ministerio sacerdotal, -casi siempre como catequista-, en las casas de Écija,Alcalá de Guadaíra, por cuatro años en San José del Valle (1916, 1923-1926) y por otros tantos (1917-1921) en Utrera y en Cádiz. Dirige la casa de Alcalá de Guadaíra del 1927 al 1934, año en que pasa a dirigir la de Ronda-Colegio (“El Castillo”).

Su personalidad

«De carácter sencillo, afable, familiar.., resultaba muy grata su compañía… Era optimista en extremo, y por eso en algunas ocasiones, emprendió obras al parecer irrealizables, que luego tuvieron feliz éxito. «Don Antonio fue un hombre de gran corazón y de extraordinaria fortaleza en la fe… La predicación fue su principal arma de apostolado. Obsesionado por atender a las necesidades de los niños pobres, acudía constantemente a la caridad de los generosos bienhechores… Apóstol incansable de María Auxiliadora, se desvivía en propagar su devoción. Licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Granada, fue competente e industrioso en la enseñanza de estas materias… Además era tan delicada su sensibilidad y afecto para hacer el bien que asemejaban los de una madre.»

Hacia el martirio

Con el inicio de la Guerra civil, el 18 de julio, también se iniciaron los desórdenes en la ciudad de Ronda. Además de las dos comunidades, compuestas de once y cinco salesianos respectivamente, reforzada cada una por un estudiante de teología, desde el 13 en la casa del Sagrado Corazón (“El Castillo”) estaba, de vacaciones, un grupo de 60 aspirantes de Montilla con su director, don Florencio Sánchez y tres salesianos más, que supieron defender a los niños, y con ellos y por ellos salvarse.

Fracasado el golpe militar, se proclama formalmente en la ciudad «el comunismo libertario… con mítines callejeros, banderas… himnos.., el paroxismo de la victoria.» El 19, domingo, hacia el mediodía arde la iglesia de los Descalzos. «Dos salesianos van al Comité a pedir garantías a favor de la “Colonia Escolar Obrera” [los aspirantes], acogida a la hospitalidad de Ronda. Extienden un salvoconducto y ponen guardias a la entrada del colegio. Por toda la ciudad se suceden registros y detenciones en masa. Ebrios de triunfo, los milicianos van de un lado a otro con sus coches, hasta abarrotar la cárcel.»
El día 20 arden hasta catorce iglesias, considerándose «un milagro que hayan respetado las casas y capillas de los salesianos.» El 21, a media tarde, con la excusa de querer encontrar supuestas armas, una comisión de milicianos armados practica el primer registro en el colegio. Esta vez se mostraron corteses, pero no fue lo mismo, el día 23, en el segundo registro. «Uno a uno, cada salesiano cacheado y amenazado, es invitado a abrir su habitación entre insultos, gritos, blasfemias, amenazas y empellones… El Director, intimidado a que diga donde se hallan las armas:.. ”Disparadme si queréis, -respondía él sereno-, pero sabed que matáis a un inocente”.» Mientras, los milicianos destrozan todo lo que se pone a mano: los ornamentos y las imágenes de la capilla acaban en el fuego tras haber sido profanadas…
Amaneció el día 24. Desde las primeras horas de la mañana los milicianos rodearon el colegio y poco a poco lo invadieron. Los salesianos eran recluidos en la pequeña estancia del portero; algunos se confesaron, mientras los milicianos ponían patas arriba toda la casa con el pretexto de las “armas”. A la una de la tarde los “invitaron” a preparar sus maletas y a ir «donde crean conveniente: el colegio ya no les pertenece.» Bajaron al comedor donde tomaron algún bocado, mientras los milicianos los amenazaban: “Ahora en vez de tantos padrenuestros, a gritar con nosotros y bien fuerte: ¡Viva el comunismo libertario!”…

El director fue el primero en levantarse de la mesa. Intentó hablar, pero la emoción sólo le dejó decir: “Bueno, adiós hijitos. Hasta el…” Y se abrazaron con los ojos inundados de lágrimas. La guardia interrumpió la escena: “¡Pronto, que se hace tarde!”… Antes de partir, dio sus últimas recomendaciones al director de los aspirantes, que estaban repartidos en diversos hoteles: “Que seas valiente, querido. Que animes a tus niños. No los abandones jamás…” Y los tres salesianos, venidos de Montilla, como maestros de la colonia escolar, junto con su director, don Florencio, se vieron al seguro, llevados a los hoteles, «donde sufren llorosos nuestra ausencia los sesenta aspirantes.» Los demás salesianos van saliendo uno a uno del colegio. La turba intenta agredir a los primeros, por lo que «deciden llevarnos en un coche del Comité a nuestras moradas.» Ya no se verán más. Cada cual busca cobijo por su lado… Sólo se encontrarían en… «¡Ánimo! Don Bosco nos espera. ¡Hasta el cielo!»

El martirio temprano

Cuatro milicianos condujeron al director, don Antonio Torrero, y al más anciano, don Enrique Canut, a casa de don José Furest, Cooperador salesiano, y que, a los pocos días, también él caería víctima porque era «amigo de los curas.» Y como un amigo los había recibido. Don Antonio, presintiendo la tormenta que se avecinaba, saludaba a otro gran amigo médico, que había venido a visitar a una hija de los Furest, con un abrazo: «Apriete fuerte, que está abrazando a un mártir.» Y, en efecto, al atardecer de ese 24 de julio varios milicianos se presentaron en casa de la caritativa familia, reclamando los dos salesianos. Tras una falaz promesa de que «Estén tranquilos. No les pasará nada malo… La comitiva sale al campo por la carretera que conduce al barrio de San Francisco y, siguiendo por la subida de las Imágenes…, don Enrique, anciano, ve poco… Don Antonio no puede andar aprisa porque, agotado de fuerzas –[sufría hemiplejia]-, aguanta a base de inyecciones… Los dos caen varias veces… Llegados al “Huerto del Gómez”, los milicianos, después de haberlo discutido brevemente, ataron con alambre las manos de sus víctimas inocentes. Y a continuación, uno tras otro, escoltados por dos milicianos, fueron asesinados entre peñascos en el lugar llamado el Corral de los Potros.

Los cadáveres quedaron por cerca de 24 horas en el lugar del asesinato, expuestos a las miradas procaces de la gente entre insultos, blasfemias y burlas. Al día siguiente, colocados sobre camillas, fueron llevados al Campillo y de allí -en camión- al cementerio…, donde reposan en una fosa común junto a la entrada.»

El médico que le hizo la autopsia testificó en el proceso que «el P. Torrero tenía su sonrisa habitual. Por las heridas hinchadas, con rasguños y pérdida de piel, por las ropas llenas de polvo, se deducía que los habían arrastrado antes de expirar… Los presentes en la autopsia decían que los mártires los habían perdonado.»

Don Antonio, al despedirse del director del aspirantado de Montilla, le había añadido: «… Que animes a tus niños. No los abandones jamás. Si a mi me ocurre algo, que Manolito [su sobrino] no escriba nada a mis padres. Son tan ancianos… Adiós.» No hizo falta, pues a los pocos días de ser martirizado don Antonio, «en Villafranca de Córdoba, a sus setenta y un años, fue asesinado también el padre de don Antonio por el sólo motivo de tener un hijo sacerdote.»

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